Page 68 - El Alquimista
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señales  empezarán  a  hablarte  insistentemente  sobre  ello,  y  tú  intentarás
               ignorarlas. Dedicarás todos tus conocimientos al bienestar del oasis y de sus
               habitantes. Los jefes tribales te quedarán agradecidos por ello. Y tus camellos
               te aportarán riqueza y poder.

                   »Al tercer año, las señales continuarán hablando de tu tesoro y tu Leyenda
               Personal.  Pasarás  noches  enteras  andando  por  el  oasis,  y  Fátima  será  una
               mujer  triste,  porque  ella  fue  la  que  interrumpió  tu  camino.  Pero  tú  le  darás

               amor,  y  ella  te  corresponderá.  Tú  recordarás  que  ella  jamás  te  pidió  que  te
               quedaras, porque una mujer del desierto sabe esperar a su hombre. Por eso no
               puedes  culparla.  Pero  andarás  muchas  noches  por  las  arenas  del  desierto  y
               paseando  entre  las  palmeras,  pensando  que  tal  vez  pudiste  haber  seguido
               adelante y haber confiado más en tu amor por Fátima. Porque lo que te retuvo

               en  el  oasis  fue  tu  propio  miedo  a  no  volver  nunca.  Y,  a  estas  alturas,  las
               señales te indicarán que tu tesoro está enterrado para siempre.

                   »El  cuarto  año,  las  señales  te  abandonarán,  porque  tú  no  quisiste  oírlas.
               Los Jefes Tribales lo sabrán, y serás destituido del Consejo. Entonces serás un
               rico comerciante con muchos camellos y muchas mercancías. Pero pasarás el
               resto  de  tus  días  vagando  entre  las  palmeras  y  el  desierto,  sabiendo  que  no
               cumpliste con tu Leyenda Personal y que ya es demasiado tarde para ello.

                   »Sin comprender jamás que el Amor nunca impide a un hombre seguir su

               Leyenda Personal. Cuando esto sucede, es porque no era el verdadero Amor,
               aquel que habla el Lenguaje del Mundo.

                   El  Alquimista  deshizo  el  círculo  en  el  suelo,  y  la  serpiente  corrió  y
               desapareció  entre  las  piedras.  El  muchacho  se  acordaba  del  mercader  de
               cristales,  que  siempre  quiso  ir  a  La  Meca,  y  del  Inglés,  que  buscaba  a  un
               alquimista. Se acordaba también de una mujer que confió en el desierto y un

               día el desierto le trajo a la persona a quien deseaba amar.

                   Montaron  en  sus  caballos  y  esta  vez  fue  el  muchacho  quien  siguió  al
               Alquimista. El viento traía los ruidos del oasis, y él intentaba identificar la voz
               de Fátima. Aquel día no había ido al pozo a causa de la batalla.

                   Pero esta noche, mientras miraban a una serpiente dentro de un círculo, el
               extraño  caballero  con  su  halcón  en  el  hombro  había  hablado  de  amor  y  de

               tesoros, de las mujeres del desierto y de su Leyenda Personal.

                   —Iré  contigo  —dijo  el  muchacho.  E  inmediatamente  sintió  paz  en  su
               corazón.

                   —Partiremos mañana, antes de que amanezca —fue la única respuesta del
               Alquimista.

                   El  muchacho  se  pasó  toda  la  noche  despierto.  Dos  horas  antes  del
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