Page 73 - El Alquimista
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—Porque donde él esté es donde estará tu tesoro.
—Mi corazón está muy agitado —dijo el chico—. Tiene sueños, se
emociona y está enamorado de una mujer del desierto. Me pide cosas y no me
deja dormir muchas noches, cuando pienso en ella.
—Eso es bueno. Quiere decir que está vivo. Continúa escuchando lo que
tenga que decirte.
Durante los tres días siguientes, pasaron cerca de algunos guerreros y
vieron a otros grupos en la lejanía. El corazón del muchacho empezó a
hablarle de miedo. Le contaba historias que había escuchado del Alma del
Mundo, historias de hombres que fueron en busca de sus tesoros y jamás los
encontraron. A veces lo asustaba con el pensamiento de que tal vez no
conseguiría el tesoro, o que podría morir en el desierto. Otras veces le decía
que ya era suficiente, que ya estaba satisfecho, que ya había encontrado un
amor y muchas monedas de oro.
—Mi corazón es traicionero —dijo el muchacho al Alquimista cuando
pararon para dejar descansar un poco a los caballos—. No quiere que yo siga
adelante.
—Eso es una buena señal —respondió el Alquimista—. Prueba que tu
corazón está vivo. Es natural que se tenga miedo de cambiar por un sueño todo
aquello que ya se consiguió.
—Entonces, ¿para qué debo escuchar a mi corazón?
—Porque no conseguirás jamás mantenerlo callado. Y aunque finjas no
escuchar lo que te dice, estará dentro de tu pecho repitiendo siempre lo que
piensa sobre la vida y el mundo.
—¿Aunque sea traicionero?
—La traición es el golpe que no esperas. Si conoces bien a tu corazón, él
jamás lo conseguirá. Porque tú conocerás sus sueños y sus deseos, y sabrás
tratar con ellos. Nadie consigue huir de su corazón. Por eso es mejor escuchar
lo que te dice. Para que jamás venga un golpe que no esperas.
El muchacho continuó escuchando a su corazón mientras avanzaban por el
desierto. Fue conociendo sus artimañas y sus trucos, y aceptándolo como era.
Entonces el muchacho dejó de tener miedo y de sentir ganas de volver, porque
cierta tarde su corazón le dijo que estaba contento. «Aunque proteste un poco
—decía su corazón— es porque soy un corazón de hombre, y los corazones de
hombre son así. Tienen miedo de realizar sus mayores sueños porque
consideran que no los merecen, o no van a conseguirlos. Nosotros, los
corazones, nos morimos de miedo sólo de pensar en los amores que partieron
para siempre, en los momentos que podrían haber sido buenos y que no lo