Page 76 - El Alquimista
P. 76
de esta piedra transforma cualquier metal en oro.
Los guardas rieron a más no poder, y el Alquimista rio con ellos. Les había
hecho mucha gracia la respuesta, y los dejaron partir sin mayores
contratiempos con todas sus pertenencias.
—¿Está usted loco? —preguntó el muchacho al Alquimista cuando ya se
habían distanciado bastante—. ¿Por qué les dijo eso?
—Para enseñarte una simple ley del mundo —repuso el Alquimista—.
Cuando tenemos los grandes tesoros delante de nosotros, nunca los
reconocemos. ¿Y sabes por qué? Porque los hombres no creen en tesoros.
Continuaron andando por el desierto. Cada día que pasaba, el corazón del
muchacho iba quedando más silencioso. Ya no quería saber de cosas pasadas o
de cosas futuras; se contentaba con contemplar también el desierto y beber
junto con el muchacho el Alma del Mundo. Él y su corazón se hicieron
grandes amigos, y cada uno pasó a ser incapaz de traicionar al otro.
Cuando el corazón hablaba era para estimular y dar fuerzas al muchacho,
que a veces encontraba terriblemente aburridos los días de silencio. El corazón
le contó por primera vez sus grandes cualidades: su coraje al abandonar las
ovejas, al vivir su Leyenda Personal, y su entusiasmo en la tienda de cristales.
Le explicó también otra cosa que el chico nunca había notado: los peligros
que habían pasado cerca sin que él los percibiera. Su corazón le dijo que en
una ocasión había escondido la pistola que él había robado a su padre, pues
podía haberse herido con ella muy fácilmente. Y recordó un día en que el
chico había empezado a sentirse mal y a vomitar en pleno campo, y después se
quedó dormido durante mucho rato. Ese día, a poca distancia, lo esperaban dos
asaltantes que estaban planeando asesinarlo para robarle las ovejas. Pero como
el chico no apareció, decidieron marcharse, pensando que habría cambiado su
ruta.
—¿Los corazones siempre ayudan a los hombres? —preguntó el muchacho
al Alquimista.
—Sólo a los que viven su Leyenda Personal. Pero ayudan mucho a los
niños, a los borrachos y a los viejos.
—¿Quiere decir eso entonces que no hay peligro?
—Quiere decir solamente que los corazones se esfuerzan al máximo —
repuso el Alquimista.
Cierta tarde pasaron por el campamento de uno de los clanes. Había árabes
con vistosas ropas blancas y armas por todos los rincones. Los hombres
fumaban narguile y conversaban sobre los combates. Nadie prestó atención a
los viajeros.