Page 103 - Amor en tiempor de Colera
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preguntas, de suposiciones teóricas y de averiguaciones concretas con todos los
empleados en sala plena, volvió a su oficina atormentado por la certidumbre de no haber
encontrado ninguna solución para tantos problemas, sino todo lo contrario: nuevos y
variados problemas para ninguna solución.
Al día siguiente, cuando Florentino Ariza entró en su oficina, encontró un
memorando de Leona Cassiani, con la súplica de que lo estudiara y se lo mostrara luego
a su tío, si le parecía pertinente. Era la única que no había dicho una palabra durante la
inspección de la tarde anterior. Se había mantenido a conciencia en su digna condición de
empleada de caridad, pero en el memorando hacía notar que no lo había hecho por
negligencia sino por respeto a las jerarquías de la sección. Era de una sencillez
alarmante. El tío León XII se había propuesto una reorganización a fondo, pero Leona
Cassiani pensaba en sentido contrario, por la lógica simple de que la sección general no
existía en la realidad: era el basurero de los problemas engorrosos pero insignificantes
que las otras secciones se quitaban de encima. La solución, en consecuencia, era eliminar
la sección general, y devolver los problemas para que fueran resueltos en sus secciones
de origen.
El tío León XII no tenía la menor idea de quién era Leona Cassiani ni recordaba
haber visto a alguien que pudiera serlo en la reunión de la tarde anterior, pero cuando
leyó el memorando la llamó a su oficina y conversó con ella a puerta cerrada durante dos
horas. Hablaron un poco de todo, de acuerdo con el método que él usaba para conocer a
la gente. El memorando era de simple sentido común, y la solución, en efecto, dio el
resultado apetecido, Pero al tío León XII no le importaba eso: le importaba ella. Lo que
más le llamó la atención fue que sus únicos estudios después de la primaria habían sido
en la Escuela de Sombrerería. Además, estaba aprendiendo inglés en su casa con un
método rápido sin maestro, y desde hacía tres meses tomaba clases nocturnas de
mecanografía, un oficio novedoso de gran porvenir, como antes se decía del telégrafo y
se había dicho antes de las máquinas de vapor.
Cuando salió de la entrevista ya el tío León XII había empezado a llamarla como la
llamaría siempre: tocaya Leona. Había decidido eliminar de una plumada la sección
conflictiva y repartir los problemas para que fueran resueltos por los mismos que los
creaban, de acuerdo con la sugerencia de Leona Cassiani, y había inventado para ella un
puesto sin nombre y sin funciones específicas, que en la práctica era el de asistente
personal suya. Esa tarde, después del entierro sin honores de la sección general, el tío
León XII le preguntó a Florentino Ariza de dónde había sacado a Leona Cassiani, y él le
contestó la verdad.
-Pues vuelve al tranvía y tráeme a todas las que encuentres como esa -le dijo el
tío-. Con dos o tres más así sacamos a flote tu galeón.
Florentino Ariza lo entendió como una broma típica del tío León XII, pero al día
siguiente se encontró sin el coche que le habían asignado seis meses antes, y que ahora
le quitaban para que siguiera buscando talentos ocultos en los tranvías. A Leona
Cassiani, por su parte, se le acabaron muy pronto los escrúpulos iniciales, y se sacó de
adentro todo lo que tuvo guardado con tanta astucia los primeros tres años. En tres más
había abarcado el control de todo, y en los cuatro siguientes llegó a las puertas de la
secretaría general, pero se negó a entrar porque estaba a sólo un escalón por debajo de
Florentino Ariza. Hasta entonces había estado a órdenes suyas, y quería seguir
estándolo, aunque la realidad era distinta: el mismo Florentino Ariza no se daba cuenta
de que era él quien estaba bajo las órdenes de ella. Así era: él no había hecho más que
cumplir lo que ella sugería en la Dirección General para ayudarlo a subir contra las
trampas de sus enemigos ocultos.
Leona Cassiani tenía un talento diabólico para manejar los secretos, y siempre
sabía estar donde debía en el momento justo. Era dinámica, silenciosa, de una dulzura
sabia. Pero cuando era indispensable, con el dolor de su alma, le soltaba las riendas a un
carácter de hierro macizo. Sin embargo, nunca lo usó para ella. Su único objetivo fue
barrer la escalera a cualquier precio, con sangre si no había otro modo, para que
Gabriel García Márquez 103
El amor en los tiempos del cólera