Page 93 - Amor en tiempor de Colera
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en el que tuvo la buena idea de cantar When wake up in Glory, un canto funerario de la
                    Luisiana,  hermoso y estremecedor,  y fue  hecho callar por el capellán  que no pudo
                    entender aquella intromisión luterana dentro de su iglesia.
                          Así, entre  ancores de óperas  y  serenatas  napolitanas,  su  talento creativo y  su
                    invencible espíritu de empresa lo convirtieron en el prócer de la navegación fluvial en su
                    época de mayor esplendor. Había salido de la nada, como los dos hermanos muertos, y
                    todos llegaron hasta donde quisieron a pesar del estigma de ser hijos naturales, y con el
                    remate de que nunca fueron reconocidos. Eran la flor de lo que entonces se llamaba la
                    aristocracia de  mostrador, cuyo santuario era  el Club del  Comercio. Sin  embargo,  aun
                    cuando dispuso de recursos para vivir como el emperador romano que parecía ser, el tío
                    León XII vivía en la ciudad vieja por comodidad de trabajo, con su esposa y tres hijos, y
                    de un modo tan austero y en una casa tan escueta, que nunca se quitó de encima una
                    injusta reputación de avaro. Pero su único lujo era todavía más simple: una casa de mar,
                    a dos leguas de las oficinas, sin más muebles que seis taburetes artesanales, un tinajero,
                    y una hamaca en la terraza para acostarse a pensar los domingos. Nadie lo definió mejor
                    que él cuando alguien lo acusó de ser rico.

                          -Rico no -dijo-: soy un pobre con plata, que no es lo mismo.
                          Ese  raro  modo de ser, que alguien elogió  alguna  vez  en  un discurso como una
                    demencia lúcida, le permitió  ver al instante lo  que  nadie  veía  ni  antes ni  después  en
                    Florentino Ariza. Desde el día en que éste se presentó a solicitar empleo en sus oficinas,
                    con su aspecto lúgubre y sus veintisiete años inútiles, lo puso a prueba con la dureza de
                    un régimen de cuartel capaz de doblegar al más bragado. Pero no logró amedrentarlo. Lo
                    que  nunca  sospechó  el tío León XII fue que  ese temple del sobrino no  le  venía de  la
                    necesidad  de subsistir,  ni de una cachaza  de bruto  heredada del  padre, sino de una
                    ambición de amor que ninguna contrariedad de  este mundo  ni del  otro lograría
                    quebrantar.
                          Los  peores  años  fueron los primeros, cuando lo  nombraron  escribiente de la
                    Dirección General, que parecía un oficio inventado sobre medida para él. Lotario Thugut,
                    antiguo maestro de música del tío León XII, fue el que le aconsejó a éste que nombrara
                    al sobrino en un empleo de escribir, porque era un consumidor incansable de literatura al
                    por mayor, aunque no tanto de la buena como de la peor. El tío León XII no le hizo caso
                    a la precisión sobre la mala clase de las lecturas del sobrino, pues también de él decía
                    Lotario Thugut que había sido su peor alumno de canto, y sin embargo hacía llorar hasta
                    las  lápidas de los cementerios.  En todo  caso, el alemán  tuvo razón en  lo que  menos
                    había pensado, y era que Florentino Ariza escribía cualquier cosa con tanta pasión, que
                    hasta los documentos oficiales parecían de amor. Los manifiestos de embarque le salían
                    rimados por mucho que se esforzara en evitarlo, y las cartas comerciales de rutina tenían
                    un aliento lírico que les restaba autoridad. El tío en persona se le apareció un día en la
                    oficina con un paquete de correspondencia que no había tenido el valor de firmar como
                    suya, y le dio la última oportunidad de salvar el alma.
                          -Si no eres capaz de escribir una carta comercial te vas a recoger la basura del
                    muelle -le dijo.

                          Florentino  Ariza aceptó el  desafío.  Hizo un es~ fuerzo supremo por aprender la
                    simpleza terrestre  de la prosa mercantil, imitando  modelos  de archivos notariales con
                    tanta aplicación como antes lo hacía con los poetas de moda. Era esa la época en que
                    pasaba sus horas libres  en  el  Portal  de los Escribanos, ayudando  a los  enamorados
                    implumes  a escribir sus esquelas  perfumadas,  para descargar  el corazón de  tantas
                    palabras de amor que se le quedaban sin usar en los informes de aduana. Pero al cabo
                    de seis meses, por muchas vueltas que le daba, no había logrado torcerle el cuello a su
                    cisne empedernido. Así que cuando el tío León XII lo reprendió por segunda vez, él se dio
                    por vencido, pero con una cierta altanería.
                          -Lo único que me interesa es el amor -dijo.
                          -Lo malo -le dijo el tío- es que sin navegación fluvial no hay amor.

                                                                              Gabriel García Márquez  93
                                                                        El amor en los tiempos del cólera
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