Page 227 - veinte mil leguas de viaje submarino
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redondeaban en forma de bóveda figurando un inmenso embudo inverti-do cuya altura era
                  de unos quinientos o seiscientos metros. En lo alto se abría un orificio circular, por el que
                  había atis-bado yo esa vaga claridad, evidentemente debida a la luz diurna.

                  Antes de examinar más atentamente la disposición inte-rior de esa enorme caverna, antes de
                  preguntarme si aquello era una obra de la naturaleza o del hombre, me dirigí hacia el
                  capitán Nemo.

                   ¿Dónde estamos?  le pregunté.

                   En el centro de un volcán apagado, un volcán cuyo inte-rior ha sido invadido por el mar
                  tras alguna convulsión del suelo. Mientras dormía usted, señor profesor, el Nautilus ha
                  penetrado en esta laguna por un canal natural abierto a diez metros por debajo de la
                  superficie del océano. Éste es un puerto de base, un puerto seguro, cómodo, secreto,
                  abriga-do de todos los vientos. Dígame dónde, en sus continentes o en sus islas, puede
                  hallarse una rada como este refugio pro-tegido del furor de los huracanes.

                   En efecto  respondí , aquí se halla usted en total seguri-dad, capitán Nemo. ¿Quién
                  podría alcanzarle en el centro de un volcán? Pero creo haber visto una abertura en su cima,
                  ¿no?

                   Sí, su cráter, un cráter lleno en otro tiempo de lavas, de vapores y de llamas y que hoy da
                  paso a este aire vivificante que respiramos.

                   ¿Qué montaña volcánica es ésta?

                   Pertenece a uno de los numerosos islotes de que está sembrada esta parte del mar. Simple
                  escollo para los barcos, caverna inmensa para nosotros. Me lo descubrió el azar, y muy
                  útilmente por cierto.

                   Pero ¿no sería posible descender por el orificio del cráter?

                   Es tan imposible descender por él como para mí ascen-der. La base interior de la montaña
                  es escalable hasta un cen-tenar de metros, pero por encima de esa zona las paredes caen a
                  pico y sus rampas son impracticables.

                   Veo, capitán, que la naturaleza le sirve siempre y en to-das partes. Se halla usted aquí en
                  total seguridad, pues nadie más que usted puede visitar estas aguas. Pero ¿para qué este
                  refugio? El Nautilus no tiene necesidad de puertos.

                   Así es, señor profesor, pero sí necesita de la electricidad para moverse, y por lo tanto, de
                  elementos para producirla, como el sodio, y de carbón para fabricar el sodio, y de hure-ras
                  para extraer el carbón. Y precisamente, aquí, el mar re-cubre bosques enteros sumergidos
                  en los tiempos geológi-cos, ahora mineralizados y transformados en hulla, que son para mí
                  una mina inagotable.

                   Entonces, sus hombres ¿se transforman aquí en mine-ros?
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