Page 228 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Sí. Estas minas se extienden bajo el agua como las minas de Newcastle. Revestidos de
                  sus escafandras y pico en mano mis hombres van a extraer esta hulla. Como ve, no necesito
                  tampoco de las minas de la tierra para su obtención. Al fa-bricar aquí el sodio, el humo
                  producido por la combustión de la hulla que escapa por el orificio del cráter debe darle a
                  esta montaña la apariencia de un volcán aún en actividad.

                   ¿Podremos ver a sus hombres en actividad?

                   No, no esta vez, al menos, pues quiero continuar sin de-mora nuestra vuelta al mundo.
                  Esta vez voy a limitarme a embarcar las reservas de sodio que aquí tenemos. Las
                  opera-ciones de carga no nos llevarán más que un día, y luego re-emprenderemos el viaje.
                  Si quiere usted recorrer la caverna y dar la vuelta al lago puede aprovechar esta jornada,
                  señor Aronnax.

                  Di las gracias al capitán y fui a buscar a mis companeros, que no habían abandonado aún su
                  camarote. Les invité a seguirme sin decirles dónde nos hallábamos, y subieron conmigo a la
                  plataforma. Conseil, a quien nada asombraba nunca, vio como la cosa más natural
                  despertarse bajo una montaña tras haber dormido bajo el mar. En cuanto a Ned Land, no
                  tuvo otra idea que la de buscar si la caverna presen-taba alguna salida.

                  Tras haber desayunado, descendimos a la orilla hacia las diez horas.

                   Henos aquí de nuevo en tierra -dijo Conseil.

                   Yo no le llamo «tierra» a esto -replicó el canadiense . Y además no estamos encima,
                  sino debajo.

                  Entre la base de las paredes de la montaña y las aguas del lago se extendía una orilla
                  arenosa, que en algunos lugares llegaba a medir quinientos pies de anchura. Sobre la arena
                  era fácil dar la vuelta al lago. Pero la base de las altas paredes formaba un suelo
                  atormentado sobre el que yacían en un pintoresco amontonamiento bloques volcánicos y
                  enormes piedras pómez. Todas esas masas disgregadas, recubiertas de un esmalte
                  pulimentado por la acción de los fuegos sub-terráneos, resplandecían bajo la luz eléctrica
                  del fanal. La polvareda micácea que levantaban nuestros pasos sobre la orilla se dispersaba
                  en un revoloteo chispeante.

                  El suelo se elevaba sensiblemente a medida que se alejaba del manso reflujo de las olas, y
                  pronto llegamos a rampas lar-gas y sinuosas, empinadas cuestas que permitían elevarse
                  poco a poco. Pero había que andar con precaución entre aquellas conglomeraciones no
                  cimentadas entre sí, pues los pies resbalaban sobre las traquitas vítreas compuestas de
                  cristales de feldespato y de cuarzo.

                  La naturaleza volcánica de la enorme excavación se afir-maba por todas partes, y se lo hice
                  observar a mis compa-ñeros.
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