Page 232 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Es la marea, amigos míos  respondí , no es más que la marea que ha estado a punto de
                  sorprendernos como al hé-roe de Walter Scott. El océano se hincha fuera, y, por una ley
                  natural de equilibrio, el nivel del lago sube. Y lo hemos paga-do con un buen remojón.
                  Vayamos a cambiarnos de ropa al Nautilus.

                  Tardamos tres cuartos de hora en recorrer nuestro cami-no circular y en regresar a bordo,
                  justo al tiempo en que los hombres de la tripulación acababan de embarcar las provi-siones
                  de sodio.

                  El Nautilus estaba ya en disposición de reemprender la marcha. Sin embargo, el capitán
                  Nemo no dio ninguna or-den. ¿Acaso quería esperar la noche y salir secretamente por su
                  pasaje submarino? Tal vez.

                  Fuera como fuese, al día siguiente, el Nautilus, habiendo dejado su puerto, navegaba por
                  alta mar a algunos metros por debajo de las olas del Atlántico.



                  11. El mar de los Sargazos



                  El Nautilus no había modificado su rumbo. Así, pues, toda esperanza de regresar hacia los
                  mares europeos debía ser momentáneamente abandonada. El capitán Nemo mante-nía el
                  rumbo Sur. ¿Adónde nos llevaba? No me atrevía yo a imaginarlo.

                  Aquel día, el Nautilus atravesó una zona singular del océano Atlántico. Nadie ignora la
                  existencia de esa gran co-rriente de agua cálida conocida con el nombre de Gulf Stream,
                  que tras salir de los canales de Florida se dirige ha-cia el Spitzberg. Pero antes de penetrar
                  en el golfo de Méxi-co, hacia los 440 de latitud Norte, la corriente se divide en dos brazos,
                  el principal de los cuales se encamina hacia las costas de Irlanda y de Noruega, en tanto que
                  el segundo se orienta hacia el Sur a la altura de las Azores, para bañar las costas africanas y,
                  desde allí, tras describir un óvalo alarga-do, volver hacia las Antillas. Este segundo brazo
                   es más bien un collar que un brazo  rodea con sus anillos de agua cálida esa zona fría del
                  océano, tranquila, inmóvil, que se llama el mar de los Sargazos. Verdadero lago en pleno
                  Atlántico, las aguas de la gran corriente no tardan menos de tres años en circunvalarlo.

                  El mar de los Sargazos, hablando propiamente, cubre toda la parte sumergida de la
                  Atlántida. Algunos autores han llegado incluso a mantener que las espesas hierbas de las
                  que está sembrado las ha arrancado de las praderas de ese anti-guo continente. Es más
                  probable, sin embargo, que esas ma-sas herbáceas, algas y fucos, arrancadas de las orillas
                  de Eu-ropa y América, hayan sido arrastradas hasta esa zona por el Gulf Stream. Ésa fue
                  una de las razones que llevaron a Colón a suponer la existencia de un nuevo mundo.
                  Cuando los na-víos del audaz explorador llegaron al mar de los Sargazos, navegaron no sin
                  dificultad en medio de estas hierbas que detenían su marcha, con gran espanto de las
                  tripulaciones, y perdieron tres semanas en atravesarlas.
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