Page 233 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Tal era la región que visitaba el Nautilus en aquel mo-mento. Una verdadera pradera, una
tupida alfombra de al-gas, de fucos, de uvas del trópico, tan espesa, tan compacta que la
roda de un navío no podía desgarrarla sin gran es-fuerzo.
El capitán Nemo no quiso arriesgar su hélice en esa masa herbácea y se mantuvo a algunos
metros de profundidad.
El nombre dado a esta zona del mar viene de la palabra es-pañola «sargazo» aplicada a
estas algas, que son las que prin-cipalmente forman este banco inmenso de hidrófitos, cuya
formación es explicada así por el erudito Maury, autor de la Geografía física del Globo:
«La explicación que puede darse me parece resultar de un experimento de todos conocido.
Si se colocan en un vaso fragmentos de tapones de corcho o de cualquier cuerpo flo-tante y
se imprime al agua de ese vaso un movimiento circu-lar, se verá cómo esos fragmentos
dispersos se agrupan en el centro de la superficie líquida, es decir, en el punto menos
agitado. En el fenómeno que nos ocupa, el vaso es el Atlánti-co, el Gulf Stream es la
corriente circular, y el mar de los Sar-gazos, el punto central en el que vienen a reunirse los
cuer-pos flotantes. »
He podido estudiar el fenómeno en este medio especial en el que los navíos penetran
raramente, y comparto la opinión de Maury.
Por encima de nosotros flotaban cuerpos de todo origen, amontonados en medio de las
hierbas oscuras, troncos de árboles arrancados a los Andes o a las montañas Rocosas y
transportados por el Amazonas o el Mississippi, numerosos restos de naufragios, de quillas
y carenas, tablones desgaja-dos y tan sobrecargados de conchas y de percebes que no
podían remontar a la superficie del océano. El tiempo justi-ficará algún día esta otra
opinión de Maury: la de que estas materias, así acumuladas durante siglos, se mineralizarán
bajo la acción de las aguas y formarán inagotables hulleras. Reserva preciosa que prepara la
previsora naturaleza para el momento en que los hombres hayan agotado las minas de los
continentes.
En medio de tan inextricable tejido de hierbas y de fucos observé unos hermosos alciones
estrellados de color rosa; actinias que arrastraban sus largas cabelleras de tentáculos;
medusas verdes, rojas, azules, y esos grandes rizóstomas de Cuvier, cuya ombrela azulada
está bordeada por un festón violeta.
Pasamos toda la jornada del 22 de febrero en el mar de los Sargazos, en el que los peces
hallan un abundante alimento en crustáceos y en plantas marinas.
Al día siguiente, el océano había recuperado su aspecto habitual. Desde entonces y durante
diecinueve días, del 23 de febrero al 12 de marzo, el Nautilus prosiguió su marcha en medio
del Atlántico a la velocidad constante de cien le-guas diarias. El capitán Nemo quería
evidentemente realizar su programa submarino, y yo no dudaba de que tuviera la intención,
tras haber doblado el cabo de Hornos, de volver hacia los mares australes del Pacífico.