Page 231 - veinte mil leguas de viaje submarino
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La impracticabilidad de la muralla nos obligó a descender hacia la orilla. Por encima de
                  nosotros, el agujero del cráter parecía la ancha abertura de un pozo. A través de ella
                  veía-mos el cielo y las nubes desmelenadas que por él corrían, al impulso del viento del
                  Oeste, dejando en la cima de la mon-taña una estela de brumosos jirones. Ello probaba la
                  escasa altura a que navegaban esas nubes, pues el volcán no se ele-vaba a más de
                  ochocientos pies sobre el nivel del mar.

                  No había transcurrido apenas media hora desde la última proeza cinegética del canadiense
                  cuando ya nos hallábamos en la orilla interior. Allí, la flora estaba representada por
                  ex-tensas alfombras de esa pequeña planta marina umbelífera, el hinojo marino, también
                  conocida con los nombres de per-forapiedras y pasapiedras, con la que se puede hacer un
                  buen confite. Conseil se hizo con unos cuantos manojos. En cuanto a la fauna, había
                  millares de crustáceos de todas cla-ses, bogavantes, bueyes de mar, palemones, misis,
                  segado-res, galateas, y un número prodigioso de conchas, porcela-nas, rocas y lapas.

                  Se abría en aquel lugar una magnífica gruta, en cuyo suelo de fina arena nos tendimos con
                  placer mis compañeros y yo. El fuego había pulido sus paredes esmaltadas y jaspeadas por
                  el brillo del polvo de mica.

                  No pude por menos de sonreír al ver a Ned Land palpar las murallas como tratando de
                  averiguar su espesor. La conver-sación se orientó entonces a sus eternos proyectos de
                  evasión, y, sin comprometerme demasiado, creí poder darle la espe-ranza de que tal vez el
                  capitán Nemo hubiera descendido ha-cia el Sur con el único propósito de renovar sus
                  provisiones de sodio. Hecho esto, podía esperarse que volviera hacia las cos-tas de Europa
                  y de América, lo que permitiría al canadiense reemprender con más éxito su abortada
                  tentativa de fuga.

                  Hacía ya una hora que permanecíamos tendidos en el suelo de la hermosa gruta. La
                  conversación, animada al principio, iba languideciendo, a medida que nos invadía una
                  cierta somnolencia. Como no veía razón alguna para resis-tirme al sueño, me dejé ganar por
                  él. Soñé entonces  no se eligen los sueños  que mi existencia se reducía a la vida
                  ve-getativa de un simple molusco. Me parecía que aquella gruta formaba la doble valva de
                  mi concha.

                  La voz de Conseil me despertó bruscamente.

                   ¡Peligro! ¡Peligro!  gritaba el muchacho.

                   ¿Qué pasa?  pregunté, incorporándome a medias.

                   Nos invade el agua.

                  Me incorporé del todo. El mar se precipitaba como un to-rrente en nuestro refugio.
                  Decididamente, como no éramos moluscos, había que ponerse a salvo. En unos instantes
                  nos hallamos en seguridad sobre la cima misma de la gruta.

                   ¿Qué es lo que pasa?  preguntó Conseil . ¿Qué nuevo fe-nómeno es éste?
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