Page 235 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Pasaron también grandes perros marinos, peces voraces donde los haya. Puede no darse
                  crédito a los relatos de los pescadores, pero he aquí lo que dicen. Se han encontrado en el
                  cuerpo de uno de estos animales una cabeza de búfalo y un ternero entero; en otro, dos
                  atunes y un marinero unifor-mado; en otro, un soldado con su sable; en otro, por último, un
                  caballo con su caballero. Todo esto, a decir verdad, no es artículo de fe. En todo caso,
                  ninguno de esos animales se dejó atrapar en las redes del Nautilus y yo no pude verificar su
                  voracidad.

                  Durante días enteros nos acompañaron bandadas de ele-gantes y traviesos delfines. Iban en
                  grupos de cinco o seis, cazando juntos como los lobos en el campo. No son los delfi-nes
                  menos voraces que los perros marinos si debo creer a un profesor de Copenhague que sacó
                  del estómago de un delfín trece marsopas y quince focas. Era, es cierto, un ejemplar
                  perteneciente a la mayor especie conocida, y cuya longitud sobrepasa, a veces, los
                  veinticuatro pies. Esta familia de los delfinidos cuenta con diez géneros, y los que yo vi
                  pertene-cían al de los delfinorrincos, notables por un hocico excesi-vamente estrecho y de
                  una longitud cuatro veces mayor que la del cráneo. Sus cuerpos medían tres metros, y eran
                  negros por encima y de un blanco rosáceo por debajo sembrado de manchitas muy raras.

                  Debo citar también en esos mares unos curiosos especí-menes de esos peces, del orden de
                  los acantopterigios y de la familia de los esciénidos. Algunos autores, más poetas que
                  naturalistas, pretenden que estos peces cantan melodiosa-mente y que sus voces reunidas
                  forman un concierto que no podría igualar un coro de voces humanas. No digo que no, pero
                  a nosotros, y lo lamento mucho, no nos dieron ninguna serenata a nuestro paso.

                  Conseil pudo clasificar una gran cantidad de peces vola-dores. Nada más curioso que ver a
                  los delfines lanzarse a su caza con una precisión maravillosa. Cualquiera que fiiese el
                  alcance de su vuelo o la trayectoria que describiese, aunque fuera sobre el mismo Nautilus,
                  el infortunado pez acababa hallando la boca abierta del delfín para recibirle. Eran
                  pirá-pedos o triglas milanos de boca luminosa, que durante la noche, tras haber trazado
                  rayas de fuego en el aire se hun-dían en las aguas oscuras como estrellas errantes.

                  Nuestra navegación continuó en esas condiciones hasta el 13 de marzo. Aquel día, se
                  sometió al Nautilus a diversos ex-perimentos de sondeo que me interesaron vivamente.

                  Habíamos recorrido cerca de trece mil leguas desde nues-tra partida de los altos mares del
                  Pacífico. Nos hallábamos entonces a 450 37' de latitud Sur y a 370 53' de longitud Oeste.
                  Eran los mismos parajes en los que el capitán Denham, del Herald, había largado catorce
                  mil metros de sonda sin hallar fondo. Los mismos también en los que el teniente Parcker,
                  de la fragata americana Congress, no había podido hallar los fondos submarinos a quince
                  mil ciento cuarenta metros.

                  El capitán Nemo decidió enviar su Nautílus a la más extre-ma profundidad, a fin de
                  controlar esos sondeos. Yo me dis-puse a anotar todos los resultados de su investigación.
                  Se abrieron los paneles del salón y comenzaron las maniobras necesarias para alcanzar esas
                  capas tan prodigiosamente profundas.
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