Page 236 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Se comprende que no se tratara de sumergirse llenando los depósitos, pues aparte de que no
                  habrían bastado para aumentar suficientemente el peso específico del Nautilus, al
                  remontarse a la superficie habría que expulsar la sobrecarga de agua y las bombas no
                  tendrían la potencia necesaria para vencer la presión exterior.

                  El capitán Nemo resolvió buscar el fondo oceánico por una diagonal suficientemente
                  alargada, por medio de sus planos laterales, a los que se dispuso en un ángulo de 45'. Se
                  llevó a la hélice a su máximo de revoluciones y su cuádruple paleta azotó el agua con una
                  extraordinaria violencia. Bajo esta poderosa presión, el casco del Nautilus se estremeció
                  como una cuerda sonora y se hundió con regularidad en las aguas. Apostados en el salón, el
                  capitán y yo observábamos la aguja del manómetro, que se desviaba rápidamente. Pronto
                  sobrepasamos la zona habitable en que residen la mayoría de los peces. Si algunos de ellos
                  no pueden vivir más que en la superficie de los mares o de los ríos, otros, me-nos
                  numerosos, se mantienen a profundidades bastante grandes. Entre éstos vi al hexanco,
                  especie de perro marino provisto de seis hendiduras respiratorias; al telescopio, de ojos
                  enormes, al malarmat acorazado, de dorsales grises y pectorales negras, protegidas por un
                  peto de rojas placas óseas, y, por último, al lepidópodo, que, a los mil doscientos metros de
                  profundidad en que vivía, soportaba una presión de ciento veinte atmósferas.

                  Pregunté al capitán Nemo si había visto peces a profundidades aún mayores.

                   ¿Peces?  me respondió . Raramente. Pero ¿qué se supo-ne, qué se sabe, en el estado
                  actual de la ciencia?

                   Se sabe, capitán, que al descender hacia las bajas capas del océano la vida vegetal
                  desaparece más rápidamente que la vida animal. Se sabe que allí donde se encuentran aún
                  se-res animados no vegeta ya una sola hidrófita. Se sabe que las peregrinas y las ostras
                  llegan a vivir a dos mil metros de pro-fundidad y que Mac Clintock, el héroe de los mares
                  polares, sacó una estrella viva desde una profundidad de dos mil qui-nientos metros. Se
                  sabe que la tripulación del Bull Dog, de la Marina real, pescó una asteria a dos mil
                  seiscientas brazas, o sea, a una profundidad de más de una legua. Pero quizá me diga usted,
                  capitán, que no se sabe nada.

                   No, señor profesor  respondió el capitán , no incurriré en tal descortesía. Pero sí le
                  preguntaré cómo se explica us-ted que haya seres que puedan vivir a tales profundidades.

                   Lo explico por dos razones  respondí . Ante todo, por-que las corrientes verticales,
                  determinadas por las diferen-cias de salinidad y de densidad de las aguas, producen un
                  movimiento que basta para mantener la vida rudimentaria de las encrinas y las asterias.

                   Muy justo  dijo el capitán.

                   Y además, porque si el oxígeno es la base de la vida, se sabe que la cantidad de oxígeno
                  disuelto en el agua marina aumenta con la profundidad en lugar de disminuir, y que la
                  presión de las capas bajas contribuye a comprimirlo.
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