Page 239 - veinte mil leguas de viaje submarino
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prolongada reclusión y sentía cómo iba concentrándose la ira en su ánimo. Cuando se
cruzaba con el capitán en sus ojos se encendía una torva mirada. Yo vivía en el continuo
temor de que su natural violencia le llevara a cometer un de-satino.
Aquel día, el 14 de marzo, Conseil y él vinieron a buscar-me a mi camarote. A mi pregunta
sobre la razón de su visita, me dijo el canadiense:
Quisiera hacerle una simple pregunta, señor.
Dígame, Ned.
¿Cuántos hombres cree usted que hay a bordo del Nau-tilus?
No lo sé, amigo mío.
Me parece dijo Ned Land que su manejo no requiere una tripulación muy numerosa.
En efecto respondí , una decena de hombres debe bastar.
¿Por qué entonces habrían de ser más?
¿Por qué?
Miré fijamente a Ned Land, cuyas intenciones eran fáciles de adivinar.
Porque le dije si mis presentimientos son ciertos y si he comprendido bien la
existencia del capitán, el Nautilus no es sólo un navío, sino también un lugar de refugio
para los que como su comandante han roto toda relación con la tierra.
Puede que así sea dijo Conseil , pero, de todos modos, el Nautilus no puede contener
más que un número limitado de hombres. ¿No podría evaluar el señor ese máximo?
¿De qué manera, Conseil?
Por el cálculo. Dada la capacidad del navío, que le es co-nocida al señor, y,
consecuentemente, la cantidad de aire que encierra, y sabiendo, por otra parte, lo que cada
hombre gas-ta en el acto de la respiración, así como la necesidad del Nau-tilus de remontar
a la superficie cada veinticuatro horas, la comparación de estos datos...
No acabó Conseil la frase, pero comprendí adónde quería venir a parar.
Te comprendo dije , pero esos cálculos, de fácil realiza-ción, no pueden darnos más
que un resultado muy incierto.
No importa dijo Ned Land.