Page 240 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Bien, vayamos, pues, con el cálculo. Cada hombre gas-ta en una hora el oxígeno
                  contenido en cien litros de aire, o sea, en veinticuatro horas, el oxígeno contenido en dos
                  mil cuatrocientos litros.

                   Exactamente  asintió Conseil.

                   Ahora bien  proseguí , dado que la capacidad del Nautilus es de mil quinientas
                  toneladas, y la de la tonelada es de mil litros, el Nautilus contiene un millón quinientos mil
                  li-tros de aire, que divididos por dos mil cuatrocientos...

                  Rápidamente calculé con el lapicero:

                   ...Arrojan un cociente de seiscientos veinticinco, lo que equivale a decir que el aire
                  contenido en el Nautilus podría en rigor, bastar a seiscientos veinticinco hombres durante
                  veinticuatro horas.

                   ¡Seiscientos veinticinco!  exclamó Ned.

                   Pero podemos estar seguros  añadí  de que entre pasa-jeros, marineros y oficiales no
                  llegamos ni a la décima parte de esa cifra.

                   Lo que resulta todavía demasiado para tres hombres  murmuró Conseil.

                   Así que, mi pobre Ned, no puedo hacer más que aconse-jarle paciencia.

                   Y más aún que paciencia, resignación  añadió Conseil, usando la palabra justa
                  Después de todo, el capitán Nemo no podrá ir eternamente hacia el Sur. Forzoso le será
                  dete-nerse, aunque no fuera más que por los bancos de hielo, y re-gresar hacia aguas más
                  civilizadas. Entonces será llegado el momento de volver a pensar en los proyectos de Ned
                  Land.

                  El canadiense movió la cabeza, se pasó la mano por la frente, y se retiró.

                   Permítame el señor hacerle una observación. El pobre Ned está pensando continuamente
                  en todas las cosas de que está privado. Toda su vida le viene a la memoria y echa de menos
                  todo lo que aquí nos está prohibido. Le oprimen los recuerdos y sufre. Hay que
                  comprenderle. ¿Qué es lo que pinta él aquí? Nada. No es un sabio como el señor y no puede
                  interesarse como nosotros por las cosas admirables del mar. Sería capaz de arrostrar todos
                  los peligros por poder entrar en una taberna de su país.

                  Cierto es que la monotonía de la vida a bordo debía ser in-soportable al canadiense,
                  acostumbrado a una existencia li-bre y activa. Raros eran allí los acontecimientos que
                  podían apasionarle. Sin embargo, aquel día surgió un incidente que vino a recordarle sus
                  buenos días de arponero.

                  Hacia las once de la mañana, el Nautilus, navegando en superficie, se encontró de repente
                  en medio de un grupo de ballenas. No me sorprendió el encuentro, pues bien sabía yo que
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