Page 229 - veinte mil leguas de viaje submarino
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¿Os figuráis lo que debió ser este embudo cuando se lle-naba de lavas hirvientes y el
nivel del líquido incandescente se elevaba hasta el orificio de la montaña, como la
fundición por las paredes de un horno?
Me lo imagino perfectamente respondió Conseil . Pero, díganos el señor, por qué el
gran fundidor suspendió sus operaciones y por qué la fundición fue reemplazada por las
aguas tranquilas de un lago.
Muy probablemente, Conseil, porque alguna convulsión produjo bajo la superficie del
océano esta abertura que ha dado paso al Nautilus. Las aguas del Atlántico se precipita-ron
entonces al interior de la montaña, produciéndose una lucha terrible entre los dos
elementos, lucha que acabó con la victoria de Neptuno. Pero han pasado muchos siglos
des-de entonces, y el volcán sumergido se ha transformado en una gruta tranquila.
Muy bien dijo Ned Land . Yo acepto la explicación, pero siento mucho, por nuestro
propio interés, que la aber-tura de que habla el señor profesor no se haya producido por
encima del nivel del mar.
Pero, Ned, si ese pasaje no hubiera sido submarino, el Nautilus no habría podido entrar
dijo Conseil.
Y yo añadiré, señor Land, que las aguas no se habrían precipitado bajo la montaña y que
el volcán hubiera seguido siendo un volcán. Así que su lamentación es superflua.
Continuamos la ascención por rampas cada vez más empinadas y estrechas. De vez en
cuando había que fran-quear las profundas excavaciones que las cortaban de trecho en
trecho, y desviar la marcha ante grandes bloques cortados a pico. A veces, debíamos
marchar a gatas e inclu-so reptar sobre el vientre. Pero gracias a la habilidad de Conseil y a
la fuerza del canadiense pudimos sortear todos los obstáculos.
A unos treinta metros de altura, se modificó la naturaleza del terreno sin que por ello se
hiciera más transitable. A las conglomeraciones y a las traquitas sucedieron los basaltos
negros, unos extendidos en capas llenas de protuberancias grumosas, otros formando
prismas irregulares, dispuestos como una columnata de soporte a la inmensa bóveda,
admi-rable muestra de la arquitectura natural. Entre los basaltos serpenteaban largos ríos de
lava petrificada, incrustados de rayas bituminosas, y en algunos lugares se extendían anchos
mantos de azufre. Una luz ya más poderosa, procedente del cráter superior, inundaba de
una vaga claridad todas aque-llas deyecciones volcánicas para siempre enterradas en el
seno de la montaña apagada.
Nuestra marcha ascensional se vio interrumpida a unos doscientos cincuenta pies de altura
por obstáculos infran-queables. El arco de la bóveda interior se verticalizaba casi a esa
altura, obligándonos a cambiar la escalada por un pa-seo circular. A esa altura el reino
vegetal comenzaba a lu-char con el reino mineral. Algunos arbustos e incluso algu-nos
árboles salían de las anfractuosidades de las rocas de las paredes. Reconocí unos euforbios
que dejaban correr su jugo cáustico. Unos heliotropos, incapaces allí de justificar su
nombre por no llegar nunca a ellos los rayos solares, in-clinaban tristemente sus flores de