Page 120 - Matilda
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Matilda  divisó  un  estrecho  y  descuidado  sendero  que  conducía  a  una  casa
      diminuta de ladrillo rojo. Era tan pequeña que parecía más una casa de muñecas
      que  una  vivienda.  Los  ladrillos  con  los  que  estaba  construida  eran  viejos,
      desgastados y de color rojo muy claro. El tejado era de pizarra gris y asomaba
      en  él  una  pequeña  chimenea  y  se  veían  dos  pequeñas  ventanas  en  la  parte
      delantera.  Cada  ventana  no  parecía  mayor  que  la  plana  de  un  periódico  y  la
      casita  no  disponía  de  planta  alta.  El  terreno  a  ambos  lados  del  sendero  estaba
      muy descuidado, lleno de ortigas, zarzas y hierbajos de color pardo. Un roble
      enorme  daba  sombra  a  la  casa.  Sus  imponentes  y  alargadas  ramas  parecían
      envolver y abrazar la casita y, quizá también, ocultarla del resto del mundo.
        La señorita Honey, con una mano apoyada en la puerta, que aún no había
      abierto, se volvió a Matilda y dijo:
        —Cuando  vengo  por  este  sendero  recuerdo  algo  que  escribió  un  poeta
      llamado Dylan Thomas.
        Matilda permaneció callada y la señorita Honey comenzó a recitar el poema
      con voz sorprendentemente armoniosa:
         Vayas donde vayas, amiga mía,
         Por el país de las historias que se cuentan a la luz de la lumbre
         No tengas miedo de que el lobo disfrazado de piel de cordero
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