Page 123 - Matilda
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—Jamás —dijo Matilda—. Es divertido. ¿Cómo consigue suficiente agua para
      bañarse?
        —No  me  baño  —dijo  la  señorita  Honey—.  Me  lavo  de  pie.  Saco  un  cubo
      lleno  de  agua,  que  caliento  en  este  hornillo,  me  desnudo  y  me  lavo  por  todas
      partes.
        —¿De verdad que hace eso? —preguntó Matilda.
        —Por  supuesto  que  sí  —dijo  la  señorita  Honey—.  La  gente  pobre  de
      Inglaterra se lavaba de esa forma hasta no hace mucho. Y no tenían hornillos de
      petróleo. Tenían que calentar el agua en la lumbre.
        —¿Es usted pobre, señorita Honey?
        —Sí,  mucho  —dijo  la  señorita  Honey—.  Es  un  hornillo  estupendo,  ¿no  te
      parece?
        El hornillo rugía con una llama muy fuerte, azulada, y el agua del cazo estaba
      empezando a hervir. La señorita Honey sacó una tetera del armarito y echó un
      poco de té en su interior. Sacó también media hogaza de pan moreno. Cortó dos
      rebanadas  delgadas  y,  luego,  de  un  recipiente  de  plástico,  tomó  un  poco  de
      margarina y la extendió sobre el pan.
        « Margarina» , pensó Matilda. « Es cierto que debe de ser muy pobre» .
        La señorita Honey buscó una bandeja y colocó en ella dos tazas, la tetera, la
      botella mediada de leche y un plato con las dos rebanadas de pan.
        —Siento no tener azúcar —dijo—. No la uso.
        —Está bien así —dijo Matilda.
        Con su sensatez, parecía darse cuenta de lo delicado de la situación y ponía
      gran cuidado en no decir nada que pudiera turbar a su acompañante.
        —Vamos a llevarla al cuarto de estar —dijo la señorita Honey, cogiendo la
      bandeja  y  saliendo  de  la  cocina  para  dirigirse,  a  través  del  pequeño  pasadizo
      oscuro, a la habitación de delante.
        Matilda la siguió y se detuvo, totalmente asombrada, a la puerta del llamado
      cuarto de estar. La habitación era pequeña, cuadrada y desnuda, como la celda
      de  una  cárcel.  La  escasa  luz  que  entraba  provenía  de  una  única  y  diminuta
      ventana de la pared de enfrente, desprovista de cortinas. Los únicos objetos que
      había en la habitación eran dos cajas de madera puestas boca abajo, que hacían
      las veces de sillas, y una tercera caja, colocada entre las otras dos y también
      boca abajo, que hacía de mesa. Eso era todo. No había un solo cuadro en las
      paredes  ni  alfombra  en  el  suelo,  que  era  de  toscos  tablones  de  madera  sin
      encerar; entre los resquicios de los tablones se acumulaba el polvo y la suciedad.
      El techo era tan bajo que Matilda hubiera alcanzado a tocarlo con las puntas de
      los  dedos  de  un  salto.  Las  paredes  eran  blancas,  pero  su  blancura  no  parecía
      pintura. Matilda pasó la palma de la mano por ella y se le quedó adherido a la
      piel  un  polvillo  blanco.  Era  cal,  el  producto  más  barato,  que  se  emplea  en
      establos, cuadras y gallineros.
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