Page 128 - Matilda
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Matilda asintió.
        La señorita Honey sirvió té en ambas tazas y añadió leche. Volvió a coger de
      nuevo su taza con ambas manos y siguió sentada, tomándoselo a sorbitos.
        Hubo un largo silencio. Luego preguntó:
        —¿Puedo contarte una historia?
        —Naturalmente —respondió Matilda.
        —Tengo veintitrés años —dijo la señorita Honey— y, cuando nací, mi padre
      era médico en este pueblo. Teníamos una casa antigua preciosa, bastante grande,
      de ladrillo rojo. Está oculta en el bosque, detrás de las colinas. No creo que la
      conozcas.
        Matilda se mantuvo callada.
        —Yo nací allí —continuó la señorita Honey—. Entonces sucedió la primera
      tragedia. Mi madre murió cuando yo tenía dos años. Mi padre, un médico muy
      ocupado, tuvo que buscar a alguien que llevara la casa y se ocupara de mí. Así,
      pues, invitó a que se viniera a vivir con nosotros a una hermana soltera de mi
      madre. Ella accedió y vino.
        Matilda escuchaba atentamente.
        —¿Qué edad tenía su tía cuando vino? —preguntó.
        —No  era  mayor  —dijo  la  señorita  Honey—.  Diría  que  unos  treinta.  Pero
      desde el primer momento la odié. Echaba muchísimo de menos a mi madre y
      mi tía no era nada amable. Mi padre no lo sabía, porque estaba poco en casa,
      pero cuando estaba, mi tía se comportaba de forma diferente.
        La señorita Honey hizo una pausa y bebió un poco de té.
        —No sé por qué te estoy contando todo esto —dijo avergonzada.
        —Siga, por favor —rogó Matilda.
        —Bien  —dijo  la  señorita  Honey—,  entonces  ocurrió  la  segunda  tragedia.
      Cuando yo tenía cinco años, mi padre murió repentinamente. Un día estaba aquí
      y al siguiente ya se había ido. Tuve, pues, que vivir sola con mi tía. Fue mi tutora
      legal.  Tenía  sobre  mí  todo  el  poder  de  mi  padre  y,  de  una  forma  u  otra,  se
      convirtió en la verdadera propietaria de la casa.
        —¿De qué murió su padre? —preguntó Matilda.
        —Es  curioso  que  me  preguntes  eso  —dijo  la  señora  Honey—.  Yo  era
      entonces  demasiado  pequeña  para  preguntarlo,  pero  he  averiguado  que  su
      muerte estuvo rodeada de mucho misterio.
        —¿No se supo de qué había muerto? —preguntó Matilda.
        —No es eso exactamente —dijo vacilante la señorita Honey—. Nadie creía
      que mi padre, que era un hombre sensato e inteligente, hubiera podido hacerlo.
        —¿Hacer qué? —preguntó Matilda.
        —Suicidarse.
        Matilda se quedó pasmada.
        —¿Lo hizo? —preguntó boquiabierta.
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