Page 133 - Matilda
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necesitaba  ayuda.  No  era  posible  que  pudiera  seguir  viviendo  así
      indefinidamente.
        —Le iría mucho mejor —dijo— dejar su trabajo y acogerse al subsidio de
      paro.
        —Yo no haría eso nunca —dijo la señorita Honey—. Me encanta enseñar.
        —Me figuro que esa horrible tía suya seguirá viviendo todavía en su antigua
      casa —dijo Matilda.
        —Desde luego —asintió la señorita Honey—. Sólo tiene unos cincuenta años.
      Seguirá aún allí durante mucho tiempo.
        —¿Cree usted que su padre deseaba realmente que se quedara ella la casa
      para siempre?
        —Estoy  segura  de  que  no  —dijo  la  señorita  Honey—.  Los  padres  suelen
      ceder a su tutor el derecho a ocupar la casa durante un cierto tiempo, pero casi
      siempre  la  dejan  en  depósito  para  el  hijo.  Luego,  cuando  el  hijo  o  la  hija  se
      hacen mayores, la propiedad es suya.
        —Entonces, seguramente, es propiedad de usted.
        —Nunca  apareció  el  testamento  de  mi  padre  —dijo  la  señorita  Honey—.
      Parece como si alguien lo hubiera destruido.
        —No hay que romperse la cabeza para adivinar quién fue —dijo Matilda.
        —Desde luego que no —dijo la señorita Honey.
        —Pero si no hay testamento, la casa es automáticamente suya. Usted es el
      pariente más cercano.
        —Lo  sé  —dijo  la  señorita  Honey—,  pero  mi  tía  presentó  un  documento,
      supuestamente escrito por mi padre, en el que se decía que le dejaba la casa a su
      cuñada  por  sus  desvelos  al  ocuparse  de  mí.  Estoy  segura  de  que  era  un
      documento falso. Pero nadie puede probarlo.
        —¿No podría intentarlo? —preguntó Matilda—. ¿No podría contratar un buen
      abogado y tratar de impugnarlo?
        —Carezco  de  dinero  para  ello  —dijo  la  señorita  Honey—.  Y  debes  tener
      presente que esa tía mía es una persona muy respetada en la comunidad. Tiene
      mucha influencia.
        —¿Quién es ella? —preguntó Matilda.
        La señorita Honey dudó un momento. Luego respondió en voz baja:
        —La señorita Trunchbull.
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