Page 134 - Matilda
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Los nombres
¡L A señorita Trunchbull! —exclamó Matilda, dando un brinco de casi un palmo
—. ¿Quiere decir que su tía es ella? ¿Que fue ella la que la crió?
—Sí —dijo la señorita Honey.
—¡No me extraña que estuviera aterrorizada! —exclamó Matilda—. El otro
día la vimos coger a una niña por las coletas y lanzarla por encima de la valla del
campo de deportes.
—No habéis visto nada —dijo la señorita Honey—. Al morir mi padre,
cuando yo tenía cinco años y medio, me obligaba a bañarme sola. Y si entraba y
le parecía que no me había bañado bien, me metía la cabeza en el agua y la tenía
así un rato. Pero no quiero hablar de lo que me hacía. Eso no va a servir de nada.
—No —dijo Matilda—. De nada.
—Vinimos aquí —dijo la señorita Honey— para hablar de ti y no hemos
hecho otra cosa que hablar de mí todo el tiempo. Me siento avergonzada. Me
interesa mucho más lo que puedes hacer con esos asombrosos ojos tuyos.
—Puedo mover cosas —dijo Matilda—. Sé que puedo. Y volcar objetos.
—¿Te gustaría —preguntó la señorita Honey— que hiciéramos unos
experimentos, con toda prudencia, para comprobar qué es lo que puedes mover
y volcar?
Matilda respondió, bastante sorprendentemente:
—Si no le importa, señorita Honey, creo que sería mejor que no. Ahora
desearía irme a casa y pensar en todo lo que he escuchado esta tarde.
La señorita Honey se puso al instante de pie.
—Claro —dijo—. Te he retenido aquí demasiado tiempo. Tu madre estará
preocupada por ti.
—¡Oh, no, no se preocupa nunca! —exclamó Matilda, sonriendo—. Pero me
gustaría irme a casa ahora, por favor, si no tiene inconveniente.
—Vete, entonces —dijo la señorita Honey—. Siento haberte ofrecido una
merienda tan pobre.
—Nada de eso —dijo Matilda—. Me ha encantado.
Las dos recorrieron el trayecto hasta la casa de Matilda en completo silencio.
La señorita Honey percibió que Matilda lo prefería así. La niña parecía tan
sumida en sus propios pensamientos que apenas veía por dónde pisaba. Cuando