Page 124 - Matilda
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Matilda  estaba  horrorizada.  ¿Era  allí  donde  realmente  vivía  su  aseada  y
      pulcramente  vestida  profesora?  ¿Era  allí  donde  iba  tras  un  día  de  trabajo?
      Resultaba increíble. ¿Qué razones había para ello? Seguramente había algo muy
      extraño en todo esto.
        La señorita Honey colocó la bandeja sobre la caja que hacía de mesa.
        —Siéntate, querida, siéntate —dijo— y tomemos una taza de té bien caliente.
      Sírvete  tú  misma  el  pan.  Las  dos  rebanadas  son  para  ti.  Yo  nunca  como  nada
      cuando vuelvo a casa. A la hora del almuerzo me doy una buena comilona en la
      escuela y eso me mantiene hasta la mañana siguiente.
        Matilda se sentó con cuidado en una de las cajas y, más por educación que
      por otra cosa, cogió una rebanada de pan con margarina y empezó a comérsela.
      En su casa hubiera tomado una rebanada untada de mantequilla y mermelada de
      fresa y, probablemente, un trozo de tarta. Y, sin embargo, esto era mucho más
      divertido.  En  aquella  casa  se  escondía  un  enigma,  un  gran  enigma,  de  eso  no
      había duda y Matilda estaba dispuesta a averiguar qué era.
        La señorita Honey sirvió el té y añadió un poco de leche en ambas tazas. No
      parecía preocuparle en absoluto estar sentada en una caja boca abajo, en una
      habitación desprovista de muebles y tomando té de una taza que apoyaba en la
      rodilla.















        —¿Sabes  una  cosa?  —dijo—.  He  pensado  mucho  en  lo  que  hiciste  con  el
      vaso. Es un gran poder que tienes, chiquilla.
        —Sí, señorita Honey, lo sé —respondió Matilda, al tiempo que masticaba el
      pan con margarina.
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