Page 63 - Primer libro VIM
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Rosita deja muy claro algo que resulta cada vez más evidente para nosotros, pero de alguna manera
no se atreve a nombrarlo: la discapacidad es una característica de la humanidad. Lo que ella llama
“narcisismo” no es solamente una actitud desagradable o fea de ciertas personas. Es algo mucho
más profundo: ella, al principio, lo llama “herida narcisista”. La semiología lo define como “huella
de abandono”: nosotros decimos que es la discapacidad que falta en la lista; porque de hecho, es la
más difícil de detectar. Rosita hace un listado de ellas: sensoriales, físicas, mentales, neurológicas,
múltiples. Terminando su relación con el poco bien visto “etcétera”; y no hace mención a esta
otra “incapacidad” de llevar una vida “normal” causada por una deficiencia o patología o atrofia
emocional, derivada con frecuencia de una lesión afectiva profunda (ocurrida normalmente en
la infancia o glandular, ocurrida incluso, antes de nacer). Esta discapacidad emocional, genera
una desventaja en el individuo, al no poder integrarse –en igualdad de condiciones- según los
requerimientos de su grupo social.
En VIM creemos que esta discapacidad emocional es la más extendida en el mundo y es muy probable
que la tengan, todas aquéllas personas que alguna vez se han considerado a sí mismas como “normales”
y, más aún, aquéllas que presentan manifestaciones exacerbadas de narcisimo. Ello puede explicar mucho
más claramente las actitudes de negación o rechazo hacia otras personas vulnerables; sobre todo cuando
la persona con discapacidad motora o alguna otra, genera una conexión directa con la huella de abandono
de la persona que reacciona excluyendo o discriminando.
Nos parece también que esta discapacidad emocional va a ser negada muchas veces y difícilmente
aceptada, porque involucra a la humanidad misma; echa abajo todas aquellas construcciones teóricas de
una pretendida e ilusoria perfección y nos confronta a todos los seres humanos, del mismo modo en que
nos ha confrontado nuestra discapacidad motora a quienes vivimos con ella: ¿elijo hacerme responsable
de mi discapacidad física? ó ¿finjo que no la tengo, para seguir transitando por la vida, dejando que los
demás se hagan cargo de mi vida? ¿Elijo la vida o elijo la muerte?
Aceptar la existencia de este otro tipo de discapacidad y aceptar que muy probablemente la tienen aquéllos
a quienes, muchas de nosotras –personas con discapacidad motora-, hemos querido colocarles una aureola
de perfección, puede tener implicaciones inimaginables. Reflexionemos en algunas de ellas:
1) Como persona con discapacidad, dejo de dividir el mundo en personas con discapacidad y personas
sin discapacidad (y dejo atrás también, el chantaje oculto de hacer depender ciertos aspectos de
mi vida, de los que “sí están bien”);
2) Evito colocar etiquetas de buenas o malas a las demás personas, subiéndolas a un pedestal de
perfección o rebajándolas hasta el grado de considerarlas peor que desechos humanos, para
empezar a verlas simplemente como lo que son: seres humanos, con sus pequeñas o grandes
discapacidades e imperfecciones;
3) Me abro a la posibilidad de compartir las experiencias de mi chuequez física-motora con las
múltiples experiencias de la chuequez emocional (y otras chuequeces, claro);
4) Incluso puedo hasta ejercer tareas de transformación social: ayudando a uno que otro chueco
emocional a tomar conciencia del valor que conlleva asumir la propia discapacidad, dejar de
negarla y saber que existen otras opciones; más allá de la muerte del verdadero “yo”, en ese
mundo imaginario en el que muchos años ha vivido (ocultando su huella de abandono);
5) Puedo también acompañar a alguno que otro chueco emocional, en su proceso de duelo y de
aceptación de su condición; motivándolo a que se haga responsable de su discapacidad. Con
ayuda, quizá, de los muchos centros de rehabilitación emocional que hoy existen.
6) Puedo confrontarme yo misma, como persona con discapacidad, para crecer un poco más: aceptar
que no tenemos la exclusividad de la discapacidad en el mundo, nos puede permitir superar ese
chantaje (de exigirlo todo a quienes “sí están bien”) en el que muchos chuecos físicos, sensoriales
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