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rable a la del doctor Jekyll en el señor Hyde.  En un sistema en
       reposo, como el muelle, mostraban un aspecto conciso y elegante,
       pero al realizar la traducción dada por la fórmula [2] para trasla-
       damos a un sistema en movimiento, como el barco de Domenico,
       surgían toda clase de términos nuevos que complicaban las ecua-
       ciones. Estos términos, además, describían fenómenos físicos que
       nadie había observado. Las líneas de campo en tomo a un n,nán,
       por ejemplo, que en reposo dibujan lazos cerrados, quedaban cor-
       tadas en movimiento. De ser así, las ecuaciones de Maxwell no se
       mostrarían «ciegas» a la velocidad constante y ofrecerían un mé-
       todo para detectar el desplazamiento uniforme.
           Lo curioso es que Maxwell había deducido sus elegantes ecua-
       ciones a partir de fenómenos registrados sobre la superficie terres-
       tre, que todo el mundo estaba de acuerdo en considerar un sistema
       de referencia en movimiento. ¿Por algún azar la Tierra gozaba de
       privilegios frente al resto de sistemas? La cuestión abría un abismo
       geocéntrico a los pies de los físicos. ¿Al final tendría razón la Biblia
       cuando sostenía que los astros giraban alrededor de nuestro planeta?
       ¿Era el sistema terrestre el único en reposo absoluto, donde las ecua-
       ciones de Maxwell manifestaban toda su fuerza y simplicidad?
           Sin necesidad de salir al espacio, si uno reproducía la expe-
       riencia de Domenico y se encerraba en la bodega del barco, sus-
       tituyendo las botellas, las moscas y l0s peces por imanes, bobinas
       con corrientes y ondas electromagnéticas, constataba que las
       líneas de campo no se cortaban y que,  en general, los extraños
       fenómenos predichos por los nuevos términos no se presentaban.
       Puesto que las ecuaciones de Maxwell se mostraban igual de ele-
       gantes y simples en los dos sistemas de referencia, los experi-
       mentos electromagnéticos tampoco servían para establecer si un
       observador se desplaza con velocidad constante o se encuentra
       en reposo, anclado en el muelle.
           Para resolver las contradicciones la única alternativa era corre-
       gir las transformaciones de Galileo, por mucho que las dictase el
       sentido común. En 1904, el científico neerlandés Hendrik Lorentz
       (1853-1928) propuso un nuevo juego de ecuaciones para traducir
       las coordenadas entre sistemas separados por una velocidad cons-
       tante. La comunidad científica celebró el acontecimiento bautizán-






                                             TODO MOVIMIENTO ES RELATIVO    57
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