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El padre de James iba a Edimburgo siempre que podía, y las
tardes de los sábados solían pasear por los alrededores de la ciu-
dad. Su pasión por la ciencia y la tecnología estaba presente en
casi todas las actividades que compartieron en aquellas tardes
festivas, ya fuera visitando la construcción del ferrocarril hacia
el puerto de Granton, una de las salidas al mar de Edimburgo, o
los estratos geológicos de los riscos de Salisbury Crags, unos ce-
rros junto a los que vivió el padre de la geología moderna James
Hutton entre 1768 y 1797. Las observaciones que Hutton hizo de
los estratos le permitieron cuestionar la edad de la Tierra basada
en cálculos bíblicos y aumentarla a varios millones de años. Padre
e hijo también acudían a las diferentes atracciones que animaban
la ciudad los fines de semana. Una de ellas fue una muestra de
«máquinas electromagnéticas», que visitaron en febrero de 1842.
La visión de esos primitivos dispositivos, muy lejos de los motores
y generadores que conocemos hoy, despertó el interés de James
por un tema con el que marcaría un antes y un después en la física.
La mayor parte de lo que sabemos de la vida de Maxwell de
esa época de niñez proviene del intercambio epistolar con su
padre, y dichas cartas revelan el cariño que se tenían y el deseo
de James de agradar y divertir a su padre en la triste soledad de
Glenlair. En ellas encontramos la primera referencia a sus inves-
tigaciones en matemáticas, pocos días después de su decimoter-
cer cumpleaños: «he hecho un tetraedro, un dodecaedro y otros
dos edros cuyo nombre no conozco». Las clases de geometría no
habían empezado y es muy probable que desconociera que solo
existen cinco sólidos regulares, pero no se puede negar, como
comenta su compañero y biógrafo Lewis Campbell en La vida
de James Clerk Maxwell, que «se veía atraído por estos tipos [de
sólidos] de total simetría, y su imaginación le llevó a construirlos
con sus propias manos».
A pesar de lo poco que le gustaba el método de enseñanza, y
de que su tutor, el señor Carmichael, era muy aficionado a usar
lo que era conocido como el tawse -una tira de cuero terminada
en varias colas que los profesores usaban a discreción sobre las
palmas de sus alumnos-, poco a poco James fue progresando en
la clase. De estar sentado en los últimos pupitres subió al puesto
22 UN MATEMÁTICO PRECOZ