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Gustav Kirchhoff (1824-1887) y Robert Bunsen (1811-1899); más
tarde viajó a Berlín, donde trabó amistad con Hermann von Hel-
mholtz (1821-1894), a quien durante muchos años consideró la
única persona capaz de entenderlo en gran número de temas.
Durante su estancia en Heidelberg causó una gran impresión.
Cuenta en su autobiografía el matemático Leo Kónigsberger (1837-
1921), uno de los profesores de aquella universidad, que Boltzmann
se presentó a uno de sus seminarios y resolvió con pasmosa faci-
lidad un problema al que nadie más había sido capaz de encontrar
una solución. Kónigsberger habló con Boltzmann y le sugirió que
fuera a ver a Kirchhoff, que ya entonces era una de las primeras
figuras intelectuales de Alemania, convencido de que los dos se
llevarían bien. Boltzmann no se hizo de rogar y, siguiendo la pauta
desenfadada y directa que se estilaba en su Austria natal, se plantó
ante Kirchhoff y le espetó nada más verlo que había encontrado un
fallo en uno de sus artículos. El alemán se sulfuró de mala manera,
pero se debió de dar cuenta de que Boltzmann tenía razón, porque
de ahí nació una amistad que continuaría durante muchos años.
Al año siguiente visitó a Helmholtz en Berlín y pronto encon-
tró en él a alguien que no solo era capaz de comprender sus de-
sarrollos matemáticos, algo abstrusos para la época, sino a un
investigador con quien podía discutir de tú a tú. Boltzmann, que
siempre fue un amante del debate científico, se sintió enorme-
mente satisfecho con este hallazgo. Sin embargo, Helmholtz era
una persona en extremo fría y reservada con quien Boltzmann
nunca se sintió del todo a gusto: echaba en falta poder compor-
tarse ante él de una forma algo más natural y consideraba enva-
rada la actitud de los alemanes. Algunos biógrafos atribuyen a la
frialdad de Helmholtz la renuncia de Boltzmann a la cátedra de
Matemáticas en la Universidad de Berlín, lo cual tuvo lugar varios
años después; un episodio que acabó causándole una gran depre-
sión de la que nunca llegó a recuperarse.
Comparando el trato alemán con el que se estilaba en Erd-
berg, Boltzmann comentaba: «No intuía entonces que a mí, como
aprendiz, no me correspondía usar [ ... ] ese tono. Cuando en mis
posteriores trabajos en Berlín lo empleé inocentemente el primer
día, bastó una mirada de Helmholtz para dejármelo claro».
54 EL CALOR DE LOS ÁTOMOS