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viada desde la Royal Society de Londres. Johann la leyó y recono-
                     ció, acertadamente, que tras ella se escondía la mano genial del
                    gran Newton. «Conozco al león por sus garras» parece que fueron
                    sus palabras, frase que hizo fortuna y que se ha convertido en un
                    elogio paradigmático de Newton.
                        La cicloide es,  como se ha visto, una curva braquistócrona
                     (del griego brachistos, «más corto» y chronos, «tiempo»), y con
                    el nombre de problema de la braquistócrona ha pasado a la his-
                    toria toda esta secuencia de acontecimientos. Muchos años más
                    tarde, el propio Euler volvió sobre la cicloide y la braquistócrona
                    en el marco del cálculo de variaciones, una poderosa técnica que
                    él mismo y Giuseppe Luigi Lagrange (1736-1813) habían puesto
                    en marcha, y que se ha revelado como fundamental para el desa-
                    rrollo de la mecánica.




                    LOS INICIOS DE UN GENIO

                    Johann Bernoulli intentó convencer a Euler padre de que el fu-
                    turo de su hijo no estaba en el sacerdocio y la teología; lo suyo
                    eran las matemáticas. Como ya se ha visto, Euler hijo apuntaba
                    alto, muy alto.
                        En 1726,  cuando Euler contaba apenas diecinueve años, ya
                    ostentaba el título de doctor. Dirigida por Johann, su tesis, para
                    darle un nombre actual a su escrito, versaba sobre la propagación
                    del sonido, y se llamaba, muy apropiadamente, De sano.  Era un
                    texto pensado para servirle de base a Euler para opositar a una
                    plaza profesora! que había quedado vacante en la universidad de
                    Basilea. La juventud de Euler hacía poco probable que accediera
                    al puesto, y, como era de esperar, no lo consiguió.
                        En 1727,  participó en el  Grand Prix de la Academia de las
                    ciencias de París con el propósito de debatir los mejores puntos
                    donde ubicar los mástiles de una embarcación. Es casi imposible
                    no ver la ironía del hecho de que se presentara para un premio
                    de espíritu inequívocamente náutico un Euler inequívocamente
                    «de secano». Como hace notar su biógrafo, Emil A.  Felmann, la






         22         BASILEA, CUNA DE UN GRAN MATEMÁ TICO
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