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mayor masa de agua que Euler había visto en su vida era el Rin,
por lo que la auténtica navegación - como a todo buen suizo-
le quedaba un poco lejos. Sea como fuere, Euler se presentó al
concurso y, aunque no ganó, conquistó un envidiable accésit com-
partido y una cierta fama en la comunidad científica. El ganador
del concurso fue el eminente catedrático francés de veintiocho
años, Pierre Bouguer, especialista indiscutido en hidrodinámica.
Habiéndose leído con provecho obras de Varignon, Galileo, Des-
cartes, Newton, van Schooten, Hermann, Taylor, Wallis y Jakob
Bemoulli, el joven y prometedor Euler empezaba a ofrecer deste-
llos de su genio.
Mientras tanto, varios destacados nombres de la comunidad
matemática internacional, en su mayoría de origen alemán o en la
órbita de influencia cultural germánica, estaban tejiendo una sutil
tela de araña desde Rusia con el objetivo de «fichar» a la joven
promesa; en particular Christian Goldbach (1690-1764), con quien
Euler mantenía correspondencia desde hacía unos años y del que
se hablará en páginas posteriores.
El zar de Rusia, Pedro I (1672-1725), llamado «el Grande», era
un hombre de ideas prooccidentales y progresistas. Uno de los
modos con los que Pedro I pensaba occidentalizar su vasto reino
y situarlo en el mapa de los dominios civilizados era la creación
de una Academia de ciencias rusa, al estilo de las Academias de
París o Berlín o de la Royal Society, joyas del pensamiento ilus-
trado de su tiempo.
Para levantar su academia, Pedro I encomendó a sus agentes
la búsqueda de talentos dispuestos a emigrar a Rusia. Tanto Ni-
colaus II como Daniel Bemoulli, dos de los cuatro hijos µe Jo-
hann, con quienes Euler había desarrollado una gran amistad y
que se encontraban ya en Rusia, en la futura sede de la ácad~mia,
San Petersburgo, recomendaron vivamente el fichaje del joven
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Euler con el beneplácito de Goldbach. La súbita muerte de Nico-
laus 11, víctima de un ataque de apendicitis, dejó una inesperada
vacante, que le fue ofrecida rápidamente a Euler, quien aceptó.
En realidad lo hizo a regañadientes, pero la falta evidente de pers~
pectivas inmediatas en Basilea fue determinante para que deci-
diera instalarse en Rusia.
24 BASILEA, CUNA DE UN GRAN MATEMÁTICO