Page 60 - 22 Euler
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muchos casos, pasar de un lugar al otro. Si se conoce s(n), per-
                      mite evaluar i(n), y si se conoce i(n) se puede calcular s(n).




                      EL PROBLEMA DE BASILEA: EL PRINCIPIO


                      A su llegada a San Petersburgo el salario de Euler era de 300 ru-
                      blos,  e incluía alojanüento, leña para el hogar y aceite para las
                      lámparas. Tras acceder en 1733 al cargo de profesor de matemáti-
                      cas  que  había dejado  vacante  Daniel  Bernoulli,  la Academia
                      aumentó su estipendio a 600 rublos,  una cantidad que se vería
                      nuevan1ente incrementada ese mismo año gracias a las clases y
                      exámemes que  empezó a  impartir,  a  propuesta del barón Von
                      Münnich, en la escuela local de cadetes. La seguridad económica
                      derivada de sus nuevas responsabilidades permitió a Euler con-
                      traer matrimonio con Katharina Gsell, hija de Georg Gsell, un pin-
                      tor de origen suizo empleado en la Academia de arte por expreso
                      deseo del zar Pedro I. La ceremonia tuvo lugar el 27 de diciembre
                      de 1 733,  y la joven pareja se trasladó al poco a una casa de ma-
                      dera, - «extremadamente bien amueblada», en palabras del pro-
                     pio Euler- ubicada en la isla de W assiljevski, a poca distancia de
                      la sede de la Academia de ciencias. Un año después veía la luz el
                     primer hijo del matrimonio, Johann Albrecht, que fue apadrinado
                     por Von Korff, a la sazón presidente de la Academia. Este hecho
                      atestigua la gran estima en que se tenía a Euler en el seno de la
                      institución, lo que no resulta de extrañar vistas las aportaciones
                      hechas hasta el momento por el matemático suizo. Sin embargo,
                      lo mejor estaba aún por llegar. Apenas un año después, en 1735,
                      Euler iba a deslumbrar a toda la comunidad matemática con un
                      destello de genio: la solución al problema de Basilea.
                          En los países anglosajones hay un gusto bastante extendido
                     por lo que allí se llama los Top Ten. Son muchos los libros o progra-
                     mas de televisión dedicados a glosar los 10 primeros de cualquier
                     tema. Inmersos en esta tradición se han elaborado incluso listas
                      de realizaciones científicas, clasificadas por su belleza intrínseca,
                     su repercusión práctica o su altura intelectual. Una de esas listas





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