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bién a hacer frente a la avalancha de honores y premios que se le
                     concedían por todo el mundo. Realizó constantes y largos viajes
                     para atender las demandas de su presencia. Entre esos reconoci-
                     mientos destacan sus nombramientos como presidente de la Aso-
                     ciación Británica para el Avance Científico (1923) y presidente de
                     la Royal Society (1925). Tantas responsabilidades hicieron mella
                     en su productividad científica: pasó de un ritmo endiablado de
                     publicaciones anuales a que estas prácticamente desaparecieran.
                         Una de las pocas teorías científicas originales que Emest de-
                     fendió durante la década de 1920 resultó ser, además, un completo
                     error. Creyó que el propio núcleo atómico estaba compuesto a su
                     vez por un núcleo aún más pequeño alrededor del cual girarían
                     otras subpartículas. Es decir,  esperaba encontrar en el núcleo
                     una reproducción a escala de la estructura del átomo, como si
                     se tratara de una estructura como la de las muñecas rusas. Bohr
                     cuestionó este planteamiento, y finalmente Rutherford tuvo que
                     aceptar la evidencia de que estaba equivocado.
                         ¿Había llegado la decadencia en una carrera, por otro lado,
                     brillante? ¿Era el momento de que se le rindiera a Rutherford el
                     reconocimiento merecido por sus méritos,, sin esperar mayores
                     aportaciones? Su enorme creatividad y sus constantes inquietudes
                     le impidieron que se atuviera a esa posibilidad. Ya en 1920, con la
                     impartición de la conferencia bakeriana, mostró que aún podía
                     tener chispazos geniales y que su capacidad para trascender su
                     propia época se mantenía intacta.
                         La celebración como segunda edición de la conferencia bake-
                     riana apenas tuvo impacto y pasó desapercibida entre la comuni-
                     dad científica. Frédéric Joliot, marido de Irene Curie, reconoció
                     más tarde no haber acudido por considerar que se trataría del
                     «habitual despliegue de oratoria sin ideas nuevas». Nada más lejos
                     de la realidad y,  tal como veremos a continuación, basado en lo
                     que allí se dijo, le valió a él mismo el premio Nobel.
                         En esta conferencia, Rutherford fue capaz de anteceder algu-
                     nos de los avances de la ciencia en los siguientes años. Entre sus
                     pronósticos, todos ellos confirmados, hizo referencia, por ejem-
                     plo,  a la existencia del hidrógeno «más pesado», que tendría un
                     núcleo con el doble de masa del hidrógeno usual, pero que man-






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