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Rutherford puso todo su empeño en la labor que se le había
       encomendado, a pesar de que todas sus recomendaciones cayeran
       en saco roto. Habilitó tanques de agua en el laboratorio y usó una
       pequeña embarcación facilitada por el ejército - la única conce-
       sión que se le otorgó para realizar su investigación- , que utilizó
       durante largas jornadas en el mar para comprobar sus desarrollos.
       Para calibrar los micrófonos subacuáticos en el laboratorio, no
       tuvo mejor alternativa que usar a un lingüista de la universidad
       que poseía un gran sentido auditivo. Mientras Rutherford lo sos-
       terúa por los pies, el lingüista ~anterúa su cabeza y su cuerpo en
       el interior del agua, atento a los sonidos que se iban originando.
           Durante dos años, y después de empaparse de la obra cien-
       tífica de lord Rayleigh, que había escrito uno de los tratados fun-
       damentales sobre acústica, Rutherford desarrolló finalmente el
       hidrófono. Este aparato, que se convirtió en su primera y última
       patente, permitía captar sonidos debajo del agua y,  por tanto, en
       principio tendría que ser capaz de detectar la presencia de sub-
       marinos. Se basaba en un método pasivo de detección que apro-
       vechaba materiales piezoeléctricos para convertir las  señales
       sonoras en eléctricas. A pesar de sus limitaciones - el ruido de
       todas las embarcaciones donde se instalaba el aparato lo inutili-
       zaba, de modo que para hacer las comprobaciones era necesario
       parar las máquinas- , se usó ampliamente a finales de la Primera
       Guerra Mundial.
           En 1917,  una delegación liderada por Rutherford viajó pri-
       mero a París para compartir sus avances con el hidrófono con el
       resto de los países aliados. Allí se encontró con Langevin, su viejo
       amigo, que también trabajaba en la detección de submarinos, y
       también pudo ver a Marie Curie (unida sentimentalmente a Lan-
       gevin, lo que provocó un escándalo en la sociedad francesa). Más
       tarde, la comisión se trasladó a Estados Unidos, donde Rutherford
       pudo mostrar los avances realizados en su precedente del sónar a
       los estadounidenses ( que aunque terúan los medios económicos
       y materiales para desarrollar estas ideas, iban entonces un paso
       por detrás en conocimiento científico). Uno de los consultores
       del grupo de trabajo estadounidense era un envejecido Thomas
       Alva Edison.






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