Page 118 - 24 Rutherford
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e impartir algunas charlas, pero movilizó a sus contactos en las
                      altas esferas para lograr que su discípulo pudiera regresar de filas
                      cuanto antes y retornar a sus experimentos. Existía una razón
                      eminentemente práctica para convencerles de que estos jóvenes
                      brillantes entre los que se contaba Moseley no tenían que ir a las
                      tlincheras. Por primera vez,  la guerra estaba condicionada por
                      los descubrimientos científicos, y precisamente eran esos jóvenes
                      investigadores los que podrían desarrollar de forma más eficiente
                      la tecnología militar necesaria para obtener la victoria.
                          Rutherford contactó con cargos influyentes en el ejército. Fi-
                      nalmente, tras explicarles que Moseley sería más útil a su país en
                      el laboratorio que en el campo de batalla, hubo un cambio de ac-
                      titud y el ejército concedió permiso al oficial Moseley para aban-
                      donar el frente. Por desgracia, fue demasiado tarde. En la batalla
                      de Galípoli, núentras estaba usando el teléfono -otra novedosa
                      invención que fue aprovechada para la guerra- para pedir ayuda,
                      recibió un impacto de bala en la cabeza y falleció en el acto. Ru-
                      therford se lamentó amargamente de esta pérdida: «Es una trage-
                      dia nacional», aseguró.




                      EN  LA MARINA REAL

                      Rutherford aceptó la responsabilidad de liderar un equipo de la
                      Marina Real encargado de diseñar la defensa antisubmarina. Para
                      los alemanes, los submarinos se habían convertido en una tabla de
                      salvación, ya que era la manera de sortear la escasez de recursos
                      debido al bloqueo al que los sometían los aliados.  Este tipo de
                      buque era capaz de torpedear y hundir cualquier barco, de modo
                      que detectarlos acabó siendo una prioridad.
                          El ejército británico tradicionalmente recibía con displicen-
                      cia las sugerencias provenientes del mundo académico y no hizo
                      una excepción con Rutherford, que se vio obligado a asistir a las
                      reuniones sin que su opinión se tuviera en cuenta. Sin embargo, no
                      se trataba de una preocupación puramente británica. Franceses y
                      estadounidenses también estaban detrás del desarrollo de la tec-
                      nología capaz de detectar submarinos.





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