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su deseo de que la guerra no quebrara los vínculos que siempre
                      habían mantenido. La ciencia tenía que estar por encima de cual-
                      quier frontera. Por esta razón, en 1926, cuando Rutherford ya era
                      presidente de la Royal Society, hizo lo posible para que el veto a
                      los científicos alemanes desapareciera.
                          Otto Hahn participó en el programa para fabricar el letal gas
                      mostaza, mientras que Geiger, tras ser herido, tuvo que regresar
                      a la guerra cuando se curaron sus heridas. Afortunadamente, so-
                      brevivió a cuatro años infernales en el frente. Geiger, además, hizo
                      lo posible para ayudar a los científicos extranjeros apresados en
                      Alemania, como ocurrió con James Chadwick. Formado junto a
                      Rutherford, Chadwick logró una beca para ampliar sus estudios
                      en Alemania junto a Geiger. Este premio, sin embargo, se convir-
                      tió muy pronto en pesadilla. Al estallar la guerra, fue apresado y
                      trasladado a un campo de concentración -que era en realidad, un
                      antiguo hipódromo-- en las proximidades de Berlín, donde estuvo
                      recluido tres años.  Estas penosas circunstancias no detuvieron
                      su impulso irrefrenable a investigar con la radiactividad. Logró
                      proveerse de fuentes de radiación y de un laboratorio casero, por
                      ejemplo, aprovechando productos de consumo como un tipo de
                      pasta de dientes compuesto por trazas de torio. La radiactividad
                      se había convertido en un reclamo publicitario en una época en la
                      que se ignoraba las terribles secuelas que supone cierto nivel de
                      exposición a la misma. El contenido en torio se usó como fuente
                      de radiación. Entre los materiales que hizo servir para realizar sus
                      experimentos había también mantequilla rancia. En esas circuns-
                      tancias, contó además con el apoyo de Geiger, que trató de pro-
                      porcionarle todo lo que necesitara para hacer su confinamiento lo
                      más confortable posible.



                      MUERTE EN  EL FRENTE

                      El físico y químico Henry Moseley (1887-1915) fue uno de los cien-
                      tíficos más brillantes de su generación, aunque no pudo llegar a
                      demostrar su talento porque falleció en la guerra. De origen britá-
                      nico y de familia adinerada, Moseley fue capaz de enunciar una de






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