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bió para siempre: los centros de investigación gozaron a partir de
                      entonces del apoyo del Estado en forma de generosas subvencio-
                      nes. Los vínculos de la industria y las instituciones académicas
                      también se estrecharon gracias a que la investigación científica se
                      entendió como un motor de la economía a través de la innovación.
                      Los vientos de la guerra modelaron en este sentido el mundo en el
                      que vivimos en la actualidad.
                          La sinrazón de la guerra, por otro lado, también provocó grie-
                      tas profundas en las relaciones entre los científicos de los países
                      de la Triple Entente y los de la Triple Alianza. Investigadores que
                      habían trabajado juntos súbitamente se vieron enfrentados parti-
                      cipando en proyectos que perseguían la aniquilación del otro. La
                      intromisión de la guerra, con sus proclamas nacionalistas y lla-
                      mamientos patrióticos, fue dramática para el desarrollo científico
                      del momento.
                         La barbarie que infligió el ejército alemán en tierras france-
                      sas, donde se habían llevado a cabo numerosas atrocidades, sin
                     respetar vidas humanas, ni tampoco instituciones históricas o bie-
                     nes culturales, fue muy criticada en todo el mundo.  Como reac-
                      ción, un grupo fom1ado por 93 intelectuales y científicos alemanes
                     -entre los que destacaba Max Planck, pues finalmente retiró su
                     apoyo- elaboraron un manifiesto defendiendo a sus soldados y
                     tachando las críticas de propaganda. La mayoría de ellos creían
                     honestamente que sus soldados, a los que se les atribuía una edu-
                     cación excelente, no podían haber cometido los destrozos y crí-
                     menes gratuitos que se les atribuían. Una vez finalizada la guerra,
                     estos encontronazos entre científicos alemanes por un lado,  y
                     franceses e ingleses por el otro, desembocaron en la expulsión de
                     los investigadores alemanes de las principales instituciones cien-
                     tíficas europeas.
                         También hubo científicos que trataron de mediar para lograr
                     construir puentes y recuperar el discurso unificado e internacio-
                     nalista propio de la ciencia. Ante las constantes proclamas para
                     despedir de las instituciones científicas inglesas o francesas al
                     personal de origen alemán, personalidades como Thomson, que
                     aún ejercía como presidente del laboratorio Cavendish, hicieron
                     caso omiso.






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