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Haber, científico alemán de origen judío, realizó una de las contri-
      buciones más terroríficas cuando desarrolló el gas mostaza. Este
      gas, que estuvo a disposición del ejército alemán, era capaz de pro-
      vocar graves quemaduras y ampollas. Cuando décadas más tarde
      se alzó el nazismo con el poder, Haber se vio obligado a escapar de
      Alemania, para finalmente instalarse en Palestina. Rutherford, que
      era un defensor del universalismo en ciencia, no pudo perdonarle
      jamás que inventara ese mortífero gas y se negó a establecer nin-
      gún contacto a pesar de haber caído en desgracia en su propio país.
          La aplicación del desarrollo científico no solo tuvo una ver-
      tiente destructiva. En el frente francés, una ambulancia conducida
      por Marie Curie, junto a su hija Irene, y en la que se había insta-
      lado un equipo de rayos X,  sirvió para hacer radiografías y así
      diagnosticar de manera más precisa las causas y el estado de las
      heridas de los soldados. En total llegaron a haber veinte unidades
      de la marca Renault dotadas con esta tecnología. Se estima que se
      hicieron aproximadamente un millón de radiografías.
          Con la guerra,  las  universidades cesaron su actividad. En
      París, la École Normale Supérieure se convirtió en un hospital.
      En Oxford, apenas quedaron varios centenares de alumnos.  En
      la Universidad de Mánchester, el equipo de Rutherford también
      fue diezmado. Jóvenes que fueron enviados a filas y sacrificados
      en las trincheras, aunque con el tiempo el comando de los ejér-
      citos reconoció que  estas mentes privilegiadas podían también
      contribuir a diseñar nueva tecnología bélica. Sin duda, el conflicto
      interrumpió proyectos y carreras científicas prometedoras, y en
      muchos casos de forma definitiva.



      LA  CIENCIA, TAMBI ÉN EN GUERRA

      «La guerra ha forzado a la ciencia a ir al frente», afirmó, de forma
      muy descriptiva, el astrónomo estadounidense George Ellery Hale
      (1868-1938). Fue realmente así, y ello no tiene que verse necesa-
      riamente como algo del todo negativo. Antes de que estallara la
      guerra, los centros académicos actuaban con independencia de
      la industria y del gobierno. Tras la Gran Guerra, este hecho cam-





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