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JAMES CHADWICK
Nacido én 1891 en Mánchester, Chadwick
estudió en la Universidad de Cambridge
y luego en la de Mánchester, donde co-
noció a Rutherford. Gracias a los contac-
tos que mantenía su maestro con Geiger,
Chadwick tuvo ocasión de ir al instituto
técnico de Berlín donde este trabajaba.
Cuando estalló la Primera Guerra Mun-
dial, fue acusado de espionaje y trasla-
dado a un campo de concentración. Des-
pués de la guerra, Rutherford lo acogió
en su propia casa y pudo ofrecerle una
posición en Mánchester. Más tarde, creó
un cargo como asistente al director en
el laboratorio Cavendish especialmente
para él. En mayor parte, su función era
descargar de tareas administrativas a
Rutherford, y pudo alternar esta labor
con sus propias investigaciones, dedicadas al bombardeo de núcleos atómicos
mediante partículas alfa. En 1932, inició sus estudios con el berilio, inspirándose
en el trabajo realizado por el matrimonio Irene Curie y Frédéric Joliot, gracias
a lo cual llegó a enunciar el descubrimiento del neutrón, la otra principal partí-
cula presente en el núcleo de los átomos. Los neutrones se convertirían por su
parte en una nueva herramienta para la investigación, dado que su neutralidad
de carga los hace «invisibles» a los efectos de los campos eléctricos, y el lo
posibilita que permitan colisionar con los núcleos atómicos con más facili-
dad. Por este trabajo obtuvo el premio Nobel de Física en 1935, año en que
optó por trasladarse a la Universidad de Liverpool, donde le garantizaron que
podría construir un ciclotrón, obra que no aprobaba Rutherford (el ciclotrón
había sido un desarrollo estadounidense, y desde el Viejo Continente se seguía
contemplando con cierta displicencia cualquier propuesta llegada de Estados
Unidos). Seguidamente, participó en numerosos proyectos para investigar
sobre la construcción de una bomba nuclear. En 1945 fue nombrado caballero
y al año siguiente ocupó el puesto de asesor de la comisión de energía ató-
mica de las Naciones Unidas. James Chadwick falleció el 24 de julio de 1974.
Algunos de los mejores colaboradores de Rutherford eran de
origen alemán, corno Hans Geiger y Otto Hahn, con quienes siguió
en contacto. Con el propio Geiger llegó a escribirse expresándole
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