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la Tien-a. Solo era necesario saber las cantidades de plomo -que
        es el producto estable que resulta en la cadena de desintegración
        del uranio-  en relación con la cantidad de uranio existente en
        una mina ( en un principio pensó en el helio, pero, al ser un gas, los
        resultados obtenidos no serían fiables porque una parte se habría
        escapado a la atmósfera).
           A pesar de su genial propuesta, Rutherford dejó que fueran
        otros científicos los que concretaran los mecanismos por los que
       se ha llegado a establecer la edad actual de la Tien-a. Sin em-
       bargo, sí sintió la necesidad de escribir algún artículo de divulga-
        ción sobre este tema, y también impartió una charla en el Reino
       Unido, en la que expuso tales ideas. Allí tuvo a un oyente de ex-
        cepción, el propio lord Kelvin.  Rutherford explicó el encuentro
        como sigue:


           Para mi alivio, Kelvin se quedó dormido, pero cuando llegué al pun-
           to importante vi incorporarse al viejo zorro, abrir un ojo y echarme
           una mirada siniestra. Entonces tuve una súbita inspiración y dije:
           «Lord Kelvin había puesto un límite a la edad de la Tierra, siempre
           que no se descubriera ninguna nueva fuente de calor. Esa profética
           observación alude a lo que estamos considerando esta noche, la
           radiactividad». El viejo me sonrió.

           La radiactividad se interpretaría como una nueva fuente
       de calor que podría estar calentando la Tierra desde su propio
       interior - los cálculos de Kelvin,  por tanto, aunque con-ectos,
       partían de hipótesis imprecisas- y también podría estar alimen-
       tando al propio Sol, de modo que la edad de la Tierra podría ser
       mucho mayor de lo que creía el viejo científico, así como perdu-
       rar un tiempo inimaginable según las leyes físicas conocidas en
       el siglo xrx.
           Según los cálculos de Kelvin,  al Sol le restaban cinco o seis
       millones de años de vida antes de agotarse, pero según Rutherford
       le quedarían aún centenares de millones de años. Al anciano lord
       Kelvin,  sin embargo, jamás le convenció la nueva ciencia de la
       radiactividad, a pesar de que según sus propias palabras la había
       estudiado con gran atención.






                                             LA DESINTEGRACIÓN RADIACTIVA   93
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