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referencia implícita a la palanca de Arquímedes con la cual podría
mover el mundo, ahora convertida en detonador:
Si se pudiera encontrar un detonador adecuado, sería justamente
concebible que una onda de desintegración atómica pudiera iniciar-
se dentro de la materia y que de hecho pudiera lograr que este viejo
mundo se desvaneciera en humo.
Medio en broma, medio en serio, también hablaba de la posi-
bilidad de que «algún estúpido en el laboratorio podría ser capaz
de reventar el universo de forma inadvertida». Soddy, por el con-
trario, era más optimista y pensaba que la energía nuclear podía
ser la promesa de un mundo mucho mejor, gracias a la cual la
Tierra se podría convertir en un «sonriente Jardín del Edén».
DE MCGILL AL NOBEL
Mientras Rutherford todavía estaba en McGill fue asumiendo que
sus descubrimientos podían acabar reportándole el premio Nobel.
También pensaba, sin embargo, que este reconocimiento solo ten-
dría lugar una vez transcurridos bastantes años y solo después de
de que lo hubiera recibido su maestro J.J. Thomson. Lo que no
podía prever era que no iba a recibirlo en Física, sino en Química,
una disciplina por la que no terúa especial simpatía.
El premio No bel de Física se había instaurado en 1901 y fue a
parar en p1irner lugar a manos de Rontgen por su descubrimiento
de los rayos X. Ya en 1903, lo recibieron Pierre y Marie Curie,
junto a Becquerel. La radiactividad estaba entre los descub1irnien-
tos más importantes de la época, por lo que era lógico pensar que
Rutherford también sería recompensando por el inmenso trabajo
que estaba realizando.
Sin embargo, a pesar de la excelente labor desarrollada y de
contar con todos los medios en McGill, Rutherford mostró desde
su llegada a Montreal un gran interés por retomar a Europa. Se
sentía desplazado del centro de la actividad científica y terúa claro
96 LA DESINTEGRACIÓN RADIACTIVA