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año hasta 1767. El plan era muy ambicioso y no se completó hasta
mucho tiempo después, siendo finalmente su autor oficial Antoine
Monnet, que continuó el trabajo de Guettard cuando este se retiró.
Cuando el Atlas se publicó en 1 780 Monnet agradeció de forma
somera la labor realizada por Guettard, impulsor de la idea y pla-
nificador general de la obra, pero olvidó la aportación de Lavoisier.
En cualquier caso, para Lavoisier, la elaboración del mapa
geológico resultó ser un auténtico viaje iniciático. Con Guettard
aprendió la rutina del trabajo de campo, la importancia de la sis-
temática en la recogida de datos, la elaboración de tablas, la
organización de la información, la redacción de memorias y resú-
menes. Antoine también revivió entonces la fascinación que había
sentido por las sustancias químicas durante las demostraciones
de Rouelle. En los viajes por Francia se familiarizó con las propie-
dades de las sustancias que formaban los minerales, lo que según
alguno de sus biógrafos hizo que su carrera científica se dedicara
a la química y no a la física, aunque el joven aplicó al estudio de
los distintos cuerpos materiales una sistemática y un rigor que
entonces no eran patrimonio de la química, sino que eran más pro-
pios de las matemáticas y la física. Tras este aprendizaje, durante
el resto de su carrera científica nunca intentó sacar conclusiones
que no estuvieran fundamentadas en datos minuciosamente re-
gistrados y comprobados por personas de su entera confianza,
preferentemente por él mismo. Tampoco aceptó teorías ajenas
que no hubiera podido comprobar por medio de experimentos.
Desde el principio lo fascinó la belleza de los cristales, pero
no se limitó a apreciar su aspecto externo, sino que intentó averi-
guar la influencia que este podía tener en sus propiedades. El yeso
de París, uno de los minerales que estudió, atrajo su atención de
forma especial. Aunque por la facilidad con la que se moldeaba
era un material usado en decoración ya en el antiguo Egipto, en
el siglo XVIIT era profusamente empleado en París para enlucir
las paredes de los edificios. Los motivos para ello eran múlti-
ples. De entrada, era un material muy apropiado para embellecer
edificios, ya que la ciudad contaba con los grandes yacimientos
de Montmartre. Pero lo que lo hacía singularmente atractivo era
su carácter ignífugo. El pavoroso incendio que había arrasado
24 UN CIENTÍFICO ENTRE ABOGADOS