Page 24 - 29 Lavoisier
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año hasta 1767. El plan era muy ambicioso y no se completó hasta
                    mucho tiempo después, siendo finalmente su autor oficial Antoine
                    Monnet, que continuó el trabajo de Guettard cuando este se retiró.
                    Cuando el Atlas se publicó en 1 780 Monnet agradeció de forma
                    somera la labor realizada por Guettard, impulsor de la idea y pla-
                    nificador general de la obra, pero olvidó la aportación de Lavoisier.
                        En cualquier caso, para Lavoisier, la elaboración del mapa
                    geológico resultó ser un auténtico viaje iniciático. Con Guettard
                    aprendió la rutina del trabajo de campo, la importancia de la sis-
                    temática en la recogida de  datos,  la elaboración de tablas,  la
                    organización de la información, la redacción de memorias y resú-
                    menes. Antoine también revivió entonces la fascinación que había
                    sentido por las sustancias químicas durante las demostraciones
                    de Rouelle. En los viajes por Francia se familiarizó con las propie-
                    dades de las sustancias que formaban los minerales, lo que según
                    alguno de sus biógrafos hizo que su carrera científica se dedicara
                    a la química y no a la física, aunque el joven aplicó al estudio de
                    los distintos cuerpos materiales una sistemática y un rigor que
                    entonces no eran patrimonio de la química, sino que eran más pro-
                    pios de las matemáticas y la física. Tras este aprendizaje, durante
                    el resto de su carrera científica nunca intentó sacar conclusiones
                    que no estuvieran fundamentadas en datos minuciosamente re-
                    gistrados y comprobados por personas de su entera confianza,
                    preferentemente por él mismo.  Tampoco aceptó teorías ajenas
                    que no hubiera podido comprobar por medio de experimentos.
                        Desde el principio lo fascinó la belleza de los cristales, pero
                    no se limitó a apreciar su aspecto externo, sino que intentó averi-
                    guar la influencia que este podía tener en sus propiedades. El yeso
                    de París, uno de los minerales que estudió, atrajo su atención de
                    forma especial. Aunque por la facilidad con la que se moldeaba
                    era un material usado en decoración ya en el antiguo Egipto, en
                    el siglo  XVIIT  era profusamente empleado en París para enlucir
                    las paredes de los edificios.  Los motivos para ello  eran múlti-
                    ples. De entrada, era un material muy apropiado para embellecer
                    edificios, ya que la ciudad contaba con los grandes yacimientos
                    de Montmartre. Pero lo que lo hacía singularmente atractivo era
                    su carácter ignífugo.  El pavoroso incendio que había arrasado






         24         UN CIENTÍFICO ENTRE ABOGADOS
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