Page 62 - 29 Lavoisier
P. 62
combustión. Él suponía que el «aire» presente en las cales (hoy
sabemos que es oxígeno) no era exactamente igual que el que se
desprendía de ellas tras calentarlas con carbón, que era cuando se
había detectado el «aire fijo» (C0 ). La existencia de una cal, la
2
de mercurio, que no requelia carbón, era la evidencia más simple
de la existencia del nuevo aire. Lavoisier supuso que era lo mismo
que había hecho aumentar de peso el fósforo y el azufre cuando
se oxidaban. Cuando publicó sus Opúsculos en 1774 todavía no
estaba seguro de si el aire que se combinaba con los metales en
la combustión era «aire fijo», «aire común» u otro «aire puro»
presente en la atmósfera.
En mayo de 1775, tras repetir los experimentos de Priestley
e interpretarlos siguiendo su hipótesis inicial, publicó una reseña
en la que se inclinaba por la última hipótesis: lo que se combinaba
con los metales para formar las cales era «aire eminentemente
respirable». El contenido de la nota era similar a la que había pu-
blicado Priestley con una salvedad: Lavoisier no invocó la teolia
del flogisto, no le hacía falta.
Tampoco mencionó los experimentos previos de Priestley
con la cal roja, a pesar de que el experimento de Lavoisier era
esencialmente el mismo y de que el británico le había informado
de ello personalmente durante su estancia en Palis en octubre de
177 4. Lavoisier era extraordinariamente escrupuloso a la hora
de reconocer a cada científico su mérito, por lo que esta omisión
es sorprendente. La controversia a la que ello dio lugar llegó a ser
de tal calibre que algunos científicos llegaron a cuestionar toda la
obra de Lavoisier, incluso después de su muerte.
EL LABORA TORIO DEL ARSENAL
Antes de poder formular la teoría de la combustión, Lavoisier
fue requerido por nuevos asuntos de Estado. Tras la muerte de
Luis XV y el ascenso al trono de Luis XVI en 177 4, el fisiócrata
Jacques Turgot (1727-1781) sustituyó al tío de Madame Lavoisier,
el abad Terray, al frente de las finanzas estatales. Sin embargo,
62 EL OXÍGENO VENCE AL FLOGISTO