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más relevantes del momento, incluyendo al filósofo Jean-Jacques
Rousseau, a los matemáticos Jean-Antoine Condorcet y Pierre-
Sin1on Laplace, al editor jefe de la Enciclopedia Francesa, Denis
Diderot, al químico Claude-Louis Berthollet y al político y cien-
tífico americano Benjamin Franklin, la única persona que no lle-
vaba peluca blanca en la corte de Luis XVI.
La primera referencia que tenemos del laboratorio son los
dibujos que realizó Marie, que nos lo muestran en un día de tra-
bajo; en uno de ellos aparecen Lavoisier, sus colaboradores y ella
misma, tomando nota de todo como amanuense y notaria. Otras
referencias son los relatos de los distintos visitantes que de forma
LA ENCANTADORA MARIE PAULZE LAVOISIER
Marie Paulze no renunció a su nombre de soltera tras casarse con Lavoisier,
cosa muy rara en Francia incluso hoy en día; luego, una vez viuda, no renunció
al de Lavoisier, ni siquiera mientras estuvo casada con Benjamín Thompson,
conde de Rumford. En la mejor tradición de las salonniéres de la Ilustración,
tras casarse con Antoine, Marie debió de llegar pronto a la conclusión de que
si quería ver a su marido no tenía más remedio que buscarlo en el laborato-
rio. Miembro activo de la Academia de Ciencias y de la Ferme Générale, sus
jornadas de trabajo estaban llenas de reuniones de trabajo y elaboración de
informes. Pero había unas horas sagradas: de 6 a 9 de la mañana y de 7 a
10 de la noche, Antoine trabajaba a diario en el laboratorio. Asimismo, cada
semana dedicaba un día completo al trabajo de laboratorio. Marie decidió
encontrarlo ahí, y fue su más fiel ayudante, además de la anfitriona perfecta,
siendo capaz de atender a sus invitados en un inglés fluido. Muchos de ellos
quedaron gratamente sorprendidos al ver que una anfitriona tan encantadora
dominaba saberes tan poco femeninos como la teoría del flogisto. Ello no era
extraño, dado que Marie tradujo del inglés el Ensayo sobre el flogisto de Ri-
chard Kirwan, añadiendo sus propios comentarios. Asimismo, fue la intérprete
en la abundante correspondencia que mantuvo su marido con el científico
irlandés. Pero sin duda el científico que admiraba más decididamente a Ma-
rie era Benjamín Franklin, a quien ella hizo un retrato que el americano tuvo
en gran estima. Cuando las autoridades de la metrópoli le confiscaron este
retrato -Gran Bretaña estaba en guerra con las colonias y Franklin era un
personaje de peso en el gobierno de los sublevados- el científico americano
decía sentirse como viudo, al haber sido privado de una compañía tan querida.
66 EL OXÍGENO VENCE AL FLOGISTO