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calentándolo, sin necesidad de carbón. Este resultado desconcer-
       taba a Lavoisier, puesto que el flogisto (supuestamente aportado
       por el carbón) no parecía ser necesario. Al  otro lado del canal,
       Joseph Priestley comprobó lo que había constatado Bayen, pero
       siendo experto en atrapar «aires» observó en este experimento
       cosas aún más interesantes.
           En agosto de ese año lord Shelbume y Priestley, que por en-
       tonces trabajaba para él como bibliotecaiio y «compañía filosó-
       fica», pusieron rumbo al continente. En octubre llegaron a París,
       ciudad en la que Priestley fue acogido por los miembros de la
       Academia de Ciencias con el ceremonial debido a un reputado
       científico británico. Dos años antes, Priestley había recibido la
       prestigiosa medalla Copley de la Royal Society inglesa, en reco-
       nocinúento a sus descubrimientos de los diferentes «aires» y a sus
       estudios sobre la electricidad. Lavoisier era una de las personas
       más interesadas en esta visita, pues Priestley había desarrollado
       y mejorado los métodos de sus compatriotas Hales y Black para
       el estudio de la química neumática, por lo que había obtenido los
       resultados más avanzados en esa ciencia. Así es que Lavoisier no
       solo agasajó a Priestley en la Academia,  sino que lo recibió en
       su propia ·casa. En ella el reverendo Priestley se encontró con la
       agradable sorpresa de contar con una intérprete de excepción,
       la señora Lavoisier, que ya hablaba inglés fluidamente.
           En esta visita, Priestley y Lavoisier intercambiaron informa-
       ción sobre los experimentos que estaban realizando, en particu-
       lar,  los relacionados con la combustión. Lavoisier seguramente
       le informó de sus trabajos con las lentes de Tschirnhausen. Los
       medios de Priestley eran mucho más modestos, pero tras su in-
       corporación al servicio de lord Shelbume había empezado a mon-
       tar un laboratorio nada desdeñable. También contaba con más
       tiempo para trabajar en él, y lo que le faltaba en medios lo suplía
       con imaginación y con su extraordinaria habilidad para el trabajo
       en el laborat01io.
          Uno de los experimentos que había realizado Priestley poco
       antes de viajar a Francia, en concreto, el 1 de agosto de 1774, lo
       tenía particularmente contento, pues intuía que revelaba la exis-
       tencia de un nuevo «cuerpo neumático» de propiedades singula-





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