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PRIESTLEY Y LA CONTROVERSIA DEL OXÍGENO
Podría pensarse que los científicos son espíritus puros a los que
no les interesa la fama ni el reconocinúento público. Es posible
que haya algunos colectivos a los que la celebridad les interese
más, como por ejemplo los actores, que necesitan ser visibles para
que los contraten, pero desde luego los científicos en general no
suelen ser insensibles a la fama. Lavoisier no lo era, y tampoco lo
eran sus coetáneos científicos, incluyendo al pastor disidente bri-
tánico Joseph Pliestley, que mantuvo una lucha encarnizada con
Lavoisier por la preeminencia en el descubrinúento del oxígeno.
El encono de Priestley fue tal que lo hizo obcecarse y rechazar
siempre las propuestas de Lavoisier que desmontaban la teoría del
flogisto. Esto es llamativo, porque sin tener la visión de conjunto
de Lavoisier, Priestley era un científico muy perspicaz que realizó
más experimentos que nadie en los que la hipótesis del flogisto
era completamente superflua. Incluso el irlandés Richard Kirwan
(1733-1812), que se había erigido en bastión de esta teoría y era
el autor de un tratado sobre el flogisto que Marie había traducido
para Antaine, escribió a Lavoisier poco antes de que lo detuvieran,
rindiéndose ante la superioridad de los argumentos de su teoría
de la combustión.
Tanto Priestley como Lavoisier parecieron olvidarse del au-
téntico descubridor del oxígeno, que aún hoy ostenta el récord de
elementos y compuestos descubiertos: el farmacéutico sueco Carl
Wilhelm Scheele. No se tiene constancia de que Priestley estuviera
al corriente del descubrimiento de Scheele; Lavoisier, sin embargo,
sí debía de estarlo, pues en septiembre de 1774, cuando estaba
inmerso en el estudio del gas que lo haría pasar a la posteridad,
recibió una carta del científico sueco. Scheele le explicaba en su
misiva sus investigaciones sobre este «aire» y, aunque Lavoisier
nunca hizo comentario alguno sobre la carta, esta se encontró con-
venientemente archivada entre sus documentos.
A comienzos de 1774 el químico francés Pierre Bayen (1725-
1798) dio cuenta del hecho de que el mercurius calcinatus per
se, también conocido como cal roja de mercurio -denominado
hoy óxido de mercurio (HgO)-, se reducía a metal simplemente
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