Page 32 - 21 Faraday
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del cielo que parecía querer facilitarle el camino hacia sus sueños,
                    al modo más novelesco; no en vano, la vida de Faraday resulta tan
                    literaria que se dice que hay más biografías suyas que de Newton,
                    Einstein o Marilyn Monroe.
                        Humphry Davy era para Faraday uno de los más grandes :fi-
                    lósofos de la naturaleza de la época, de modo que apenas pudo
                    contener la emoción la primera vez que entró en la Royal Institu-
                    tion para asistir a la conferencia del alto y apuesto Davy. Era el 29
                    de febrero de 1812, posiblemente uno de los días más excitantes
                    para Faraday. Tal era su obsesión por exprimir aquel momento y
                    no olvidarlo jamás que, mientras esperaba sentado en el auditorio,
                    abrió su cuaderno de notas y dibujó y describió el ámbito del lugar
                    con gran detalle: «Literatos y científicos, prácticos y teóricos, me-
                    dias azules y mujeres de moda, viejos y jóvenes, atestaban, llenos
                    de ansiedad, el salón de conferencias». Las medias azules a las
                    que se refiere Faraday eran las mujeres pertenecientes a la Blue
                    Stocking Society,  una asociación intelectual que celebraba sus
                    reuniones en casa de Elizabeth Montagu, una conocida dama de la
                    época, o de otros miembros de su círculo íntimo. Davy, :finalmente,
                    salió a escena y pronunció su conferencia, como siempre brillante
                    y carismática, mientras el auditorio permanecía en completo si-
                    lencio, particularmente Faraday, que no perdió detalle de las pa-
                    labras de su héroe.  En total,  a lo largo de aquella conferencia,
                    Faraday escribió noventa y seis páginas de notas e ilustraciones.
                    La mayoría de ellas dedicadas a la exposición de Davy.
                        Al regresar a casa, Faraday estaba extasiado, por fin  sentía
                    que empezaba a hacer lo que llevaba tiempo soñando. Sin em-
                    bargo, mientras recorría las calles, cada vez más oscuras a causa
                    del precario  alumbrado público,  Faraday también  cayó  en la
                    cuenta de que,  después de asistir a toda la serie de  conferen-
                    cias de Davy,  tarde o temprano debería abandonar aquel estilo
                    de vida,  buscar un trabajo mejor remunerado para mantener a
                    su familia y,  en definitiva, renunciar a todos sus sueños y aspira-
                    ciones. Peró aún no era tarde para llamar la atención de Davy de
                    algún modo, y así aprovechar su posición privilegiada en aquel
                    entorno, aunque no sabía cómo un humilde encuadernador iba a
                    poder conseguirlo.






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