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de las implicaciones que más tarde acarrearía su descubrimiento:
«Sobre nuevos movimientos electromagnéticos». Pese a ello, el ar-
tículo fue un éxito y se tradujo a una docena de idiomas. En poco
tiempo, científicos de todo el mundo ya fabricaban sus réplicas del
descubrimiento de aquel hijo humilde de herrero que ya estaba al-
canzando la categoría de Oersted, Ampere, Arago y otros célebres
físicos coetáneos.
UN PUNTO MUERTO DE DIEZ AÑOS
Cuando Faraday parecía destinado a revolucionar el electro-
magnetismo, habiéndose incluso librado de las servidumbres del
matrimonio para dedicarse exclusivamente a la ciencia, otro obs-
táculo, esta vez insalvable, se puso de nuevo en su camino. Una
decepción que alcanzó a Faraday desde la vertiente que menos
esperaba: de su idealizado maestro y protector Humphry Davy. Al
parecer, a los pocos días de la publicación de aquel artículo que
había extendido la fama de Faraday por todo el mundo, Davy se
vio asaltado por los celos y, según se cree, acabó extendiendo el
rumor de que su pupilo había plagiado la idea del motor eléctrico
de uno de los administradores de la Royal Institution: William
Hyde W ollaston.
Faraday quiso desmentir inmediatamente el rumor citándose
con el mismo Wollaston a fin de que examinara el equipo que
había empleado para llevar a cabo el experimento. W ollaston tuvo
que admitir que, si bien el equipo era semejante al suyo, no pare-
cía haber rastro de plagio: sencillamente habían sido iluminados
con la misma intuición con pocos días de diferencia. Finalmente,
Wollaston se rindió ante la humildad y la sencillez de Faraday,
y le declaró públicamente su apoyo. Una humildad que fue, pre-
cisamente, la que, para Faraday, eliminó la sospecha de que el
iniciador del rumor pudiera ser su gran benefactor, Davy, aunque
al mismo tiempo no pudiera evitar sentir desconcierto por la falta
de apoyo que le había brindado en todo aquel malentendido con
Wollaston.
72 LA CHISPA ELÉCTRICA