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fuerzas para procurarle un entorno confortable y acogedor que le
                     permitiera volcarse en su trabajo.  Schrodinger aceptaba su en-
                     trega con una coartada hindú:  «La meta del hombre consiste en
                     conservar su karma y desarrollarlo. La meta de la mujer se parece,
                     pero se diferencia de la masculina: consiste en crear una morada,
                     por así decir, que acepte el karma del hombre». No cabe duda de
                     que Annemarie cobijó su karma, hasta el punto de facilitarle sus
                     escarceos.
                         Las  tribulaciones familiares  persiguieron  a  Schrodinger a
                     poco de abandonar el nido. La inflación consumió como un fuego
                     las finanzas del abuelo Bauer, que se vio obligado a alquilar el piso
                     donde residía su hija.  El desvalimiento económico de Georgine
                     durante sus últimos años, agravado por el rebrote del cáncer, ob-
                     sesionó a Schrodinger el resto de su vida. Fruto de esta preocupa-
                     ción, a su muerte dejó a Annemarie en una situación económica
                     espléndida. Sin embargo, en 1920 sus recursos no daban para pa-
                     liar en exceso la condición de su madre viuda. Todo lo que pudo
                     hacer fue acogerla en su casa y verla sucumbir a la enfermedad en
                     septiembre de 1921. Se cerraba así un período funesto para la fa-
                     milia,  que  había iniciado  su  duelo  en  abril,  tras  la muerte  de
                     Alexander Bauer, a los ochenta y cinco años.
                         El  curso de los acontecimientos se aceleraba.  Schrodinger
                     perdió a sus padres y  a su abuelo en menos de dos años.  En el
                     mismo lapso de tiempo conoció tres ciudades y  cuatro puestos
                     académicos: primero ayudante y  después profesor asociado en
                     Jena, profesor asociado en la Technische Hochschule de Stuttgart
                     y profesor de Física Teórica en Breslavia. Schrodinger se referiría
                     más adelante a esta época como «mis primeros años de vagabun-
                     deo». En la cultura germana la movilidad laboral representaba una
                     rutina. Todas las universidades se conectaban entre sí como vasos
                     comunicantes. Cada vacante ocasionaba una corriente de despla-
                     zamientos, como fichas de dominó, que se traducía en una cadena
                     de ascensos, donde decenas de profesores se cruzaban en las esta-
                     ciones de tren, intercambiando destinos, de Viena a Leipzig,  de·
                     Gotinga a Berlín, de Hamburgo a Zúrich, de una plaza a la siguiente.
                         Para Schrodinger, el itinerario a lo largo y ancho de Alemania
                     se tradttjo en un viaje interior hacia la mecánica cuántica. Como






          56         LA ECUACIÓN DE  ONDAS
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