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Y no solo eso. Si los átomos emitían electrones con energías
       variables, ¿cómo era posible que su energía, antes y después de la
       emisión, fuera siempre la misma? Bohr volvió a echar mano de una
       propuesta que ya había hecho tiempo atrás: la no-conservación de
       la energía en la radiactividad ~- En esta ocasión no llegó a publicar
       nada al respecto, ya que mediante su correspondencia con otros
       colaboradores comprobó el rechazo que levantaba tal idea.
          La otra solución, igualmente desesperada, fue la que propuso
       Pauli en 1930.  En una famosa carta, fechada el 4 de diciembre y
       dirigida a los asistentes a un congreso sobre radiactividad, Pauli
      propuso que en la emisión ~ el núcleo emitía una partícula neutra,
       desconocida hasta entonces, cuya energía correspondería con la
       que le faltaba al electrón. Así,  en cada emisión radiactiva, el nú-
       cleo emitiría siempre la misma cantidad de energía, y esta se dis-
       tribuiría de forma variable entre el electrón y la partícula neutra.
       Esta partícula fue posteriormente denominada como «neutrino»
      y,  aunque muy pronto se aceptó su existencia, no fue  detectada
      experin1entalmente hasta 1956.





       EL  NEUTRÓN ENTRA EN  ESCENA

      En la primavera de 1932 el flujo de investigadores procedentes del
      Cavendish con destino a  Copenhague fue  incesante.  Chadwick
      había anunciado en febrero de ese año la existencia de partículas
      neutras, sin carga eléctrica, de masa parecida a la de los protones,
      presentes en todos los núcleos atómicos: los neutrones. Tales par-
      tículas no eran una novedad del todo inesperada. Ya en 1920, y ante
      la necesidad de entender mejor la composición de los núcleos ató-
      micos, Rutherford sugirió la existencia de compuestos de protón
      y electrón, íntimamente ligados, a los que llamó «neutrones». Esta
      especulación se basaba en la existencia de otra estructura particu-
      larmente estable, las partículas a, compuestas por cuatro protones
      y dos electrones, que prometían ser una clave en la explicación
      de la estabilidad nuclear. Pero, tras algunos intentos infructuosos,
      Rutherford abandonó la búsqueda de los neutrones.






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