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«las fábricas de Dios», como él las denominaba. Aquí se aprecia
       otro elemento interesante de su investigación: Millikan tenía una
       teoría acerca del origen de la radiación atmosférica antes de em-
       prender su trabajo experimental. Mientras en Europa se discutía
       no solo el origen de tal radiación, sino incluso su propia existencia,
       Millikan daba por hecho el origen extraterrestre de la radiación
       en la atmósfera. De hecho, es significativo que Millikan no pudo
       demostrar que los rayos cósmicos eran realmente cósmicos, pues
       nunca pudo salir de la atmósfera. Sin embargo, bautizando a la
       radiación de esta manera, ya estaba imponiendo su modo de ver el
       fenómeno. Millikan consideraba que, en el proceso de formación
       de los diversos elementos en los altos hornos de las estrellas, se
       emitían diversos tipos de radiación, que serían como los desechos
       de tales procesos. Su estudio nos daría, pues, información sobre
       la formación de los átomos. Los rayos cósmicos serían como «los
       gritos de nacimiento de los átomos-bebé».
           Del proyecto de rayos cósmicos se obtuvo un resultado ines-
       perado. El joven Carl David Anderson (1905-1991), investigador
       estadounidense bajo la guía de Millikan, estaba fotografiando las
       trayectorias de los rayos cósmicos a su paso por una cámara de
       niebla ( aparato que detecta las partículas de radiación ionizante).
       Para determinar la carga de la radiación, tanto la de 01igen cós-
       mico como la de origen radiactivo, se aplica a la cámara de niebla
       un campo magnético, el cual curva las trayectorias de las partí-
       culas en un sentido u otro según la carga que tengan. En el ve-
       rano de 1932, Anderson se topó con un tipo de radiación extraña:
       atendiendo a su masa, las partículas que estaba detectando eran
       electrones; pero su carga era positiva, con lo que tenían que ser
       protones. Cabía una tercera interpretación, a la que Millikan se
       resistía, y que finalmente Anderson se atrevió a publicar por su
       cuenta: las trayectorias correspondían a electrones positivos, a
       los que se llamó «positrones». De este modo, se tuvo que añadir
       una nueva partícula elemental a las ya existentes, protón, electrón
       y neutrón.
           Igual que en el caso del neutrón, una vez Anderson obtuvo evi-
       dencia experimental de la existencia de una nueva entidad - los
       electrones positivos- , la tarea más difícil fue la de interpretar qué






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