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mente el átomo; la teoría atómica tenía un valor indudable debido
                      a sus éxitos explicativos y sus verificaciones indirectas, pero no
                      estaba demostrada totalmente. De este modo, en la segunda mitad
                      del siglo XIX,  la discusión en torno a la existencia real de los áto-
                      mos vivió uno de sus momentos culminantes. En el centro de la
                      polémica se hallaba una postura filosófica sobre la naturaleza y
                      método de la ciencia conocida con el nombre de positivismo.
                          El término fue acuñado por el filósofo francés Auguste Comte
                      (1798-1857) y su tesis principal era que el método científico y, por
                      extensión, todo conocimiento, está constituido solo de observa-
                      ciones empíricas. Puesto en lenguaje popular, es la tesis filosófica
                      que sostiene que «si no lo veo, no lo creo». El positivismo trataba
                      de erradicar toda especulación filosófica y teológica que no co-
                      rrespondiera a los hechos observables. Solo era real aquello de lo
                      que había evidencia directa a través de los sentidos; el resto había
                      que relegarlo al ámbito de la subjetividad, del relativismo y del
                      sinsentido. Con ello se pretendía entronizar la ciencia como único
                      conocimiento válido que garantizaría la verdad acerca del mundo
                      y el progreso de la humanidad.
                          Aunque el mito positivista triunfó hasta el extremo de que
                      todavía hoy hay quien piensa que solo el conocimiento científico
                      es serio, válido y verdadero, la aplicación de esta perspectiva fi-
                      losófica habría acabado con el propio progreso de la ciencia. La
                      polémica en torno a la existencia de los átomos en el siglo XIX es
                      un buen ejemplo de la sofisticación de la actividad científica y de
                      lo simplista que es considerar que la ciencia solo está basada en
                      observaciones sensibles. Porque, como se ha visto, ni Dalton ni
                      Mendeléyev habían observado directamente los átomos, sino que
                      habían intuido su existencia gracias a evidencias indirectas como
                      las proporciones de los compuestos químicos.
                          Otras evidencias indirectas que avalaban la posible existencia
                      de los átomos vinieron de la mano de una nueva rama de la física
                      que se fue configurando a lo largo del siglo XIX:  la física del calor.
                      Uno de los problemas científicos y filosóficos más interesantes es
                      el de la relación entre los conceptos científicos y nuestras ideas
                      habituales sobre los fenómenos. Así, aunque todos tenemos una
                      experiencia habitual de qué es el calor, no es tarea fácil definirlo






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