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mann. En un hipotético mundo ideal, el problema tiene solución.
      Solo hace falta tener las ecuaciones del movimiento de todos y
       cada uno de los átomos y sus posiciones en un momento determi-
       nado.  El problema real es que en cualquier volumen de gas, por
       pequeño que sea, hay millones de millones de átomos, con lo que
       la cuestión se vuelve imposible de solucionar. De alú que solo se
      pueda describir un gas a partir de los átomos que lo componen
       usando la matemática estadística.
          En lugar de intentar estudiar qué le pasaría a cada uno de los
      átomos,  Boltzmann intentó centrarse en el comportamiento de
       los átomos con una particular dirección y velocidad en un mo-
      mento dado.  Se  debía hacer una estimación sobre las posibles
      colisiones de los átomos y, con ello, calcular la media sobre todos
      los grupos de átomos. Así, el físico austríaco llegó a justificar la
      ecuación de distribución de velocidades que Maxwell había in-
      tuido y él mismo había modificado. El resultado más significativo
      de Boltzmann fue constatar que, mientras los átomos individuales
      siguieran las leyes de Newton sobre el movimiento, la constante
      variación de las velocidades individuales no era incompatible con
      la aparición de estados de equilibrio macroscópico. Un gas en es-
      tado de equilibrio (temperatura y presión constantes) escondía,
      pues, una actividad frenética y aparentemente desordenada. Las
      leyes de Newton sobre los movimientos de los cuerpos individua-
      les pasaban de este modo a explicar la presión y la temperatura
      de los gases, magnitudes que se refieren a grandes poblaciones de
      átomos. Se trataba de una auténtica sinfonía interpretada por los
      átomos bajo la batuta de las leyes de Newton.





      LOS  ELECTRONES

      Tanto la química como la física estadística hacían suponer que los
      átomos tenían una existencia real o que, de no ser así, al menos
      constituían un modelo que parecía tener un alto poder explica-
      tivo. Sin embargo, a finales del siglo XIX la misma existencia de los
      átomos aún no era un hecho incontestable. Y fue precisamente en





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