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como la pólvora entre los residentes de la isla:  estaban allí para
                     crear un nuevo tipo de bomba.
                         En realidad, organizada por Oppenheimer y auspiciada por la
                     Academia Nacional de Ciencias, el objetivo de la reunión era dis-
                     cutir el futurq de la física teórica. En aquellos momentos la moral
                     estaba literalmente por los suelos. Isidor Isaac Rabi había comen-
                     tado a un colega antes de acudir a la reunión que «los últimos die-
                     ciocho años han sido los más improductivos de este siglo», y otro
                     de los padres de la QED, el austriaco Victor Weisskopf (o «Viki»,
                     como le llamaban cariñosan1ente), había dicho que «la física teó-
                     rica se encuentra en un impasse». La sensación generalizada era
                     que llevaban más de dos décadas dándose cabezazos contra la
                     misma pared.
                         La reunión tenía por objeto una discusión informal de los pro-
                     blemas de la QED.  Cuando Lamb presentó sus resultados lama-
                     ñana del 2 de junio, todo el mundo supo que ahí estaba la clave
                     que resolvería el problema. La discusión postelior sobre qué era
                     lo que significaban la lideraron Oppenheimer y W eisskopf. Enton-
                     ces se levantó Rabi y mostró los resultados de sus propios expe-
                     riment?s. Con la ayuda de dos de sus estudiantes, John Nafe y
                     Edward Nelson, había encontrado que al poner el átomo dentro
                     de un campo magnético aparecían pequeñísimas pero significati-
                    vas diferencias con las predicciones teóricas de la ecuación de
                     Dirac en un témuno conocido como factor-g. La teoría relativista
                     de Dirac predecía que debía valer 2; el expelimento de Rabi daba
                     2,00244. La diferencia era muy pequeña, del orden del O, 1 %, y cual-
                    quier físico expelimental diría que estaba en perfecto acuerdo con
                    la predicción teólica. Pero a los reunidos en la isla Shelter esta
                    minúscula discrepancia les parecía harto estimulante: los proble-
                    mas de la QED no eran solo cosa de infinitos.
                        Las discusiones se prolongaron hasta la noche, incluso du-
                    rante la cena rápidamente engullida. El grupo se dividía en otros
                    más pequeños y se debatía en los pasillos, en la sala de estar ... La
                    emoción se respiraba en cada rincón. Al día siguiente un discípulo
                    de Bohr, Hans Kramers, exponía su idea de cómo debía tratarse la
                    masa de un electrón embebido en un campo electromagnético.
                    Imaginemos que la autoenergía del electrón aparece como una





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